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Palo dado ni Dios lo quita, dice el viejo refrán, y conforme avanzan las semanas crecen nuestras sospechas de que vamos a salir bastante apaleados de la pandemia que hoy nos hace la vida de cuadritos. Y los golpes no serán solamente contra nuestra salud, sino que incluirán una serie de inconvenientes a los que tendremos que hacerles frente sin remedio.

Por ejemplo, aunque ahora nadie se acuerda de la inflación, ya empezamos a ver que diversos productos, del campo o ya procesados, están subiendo de precio, y ante eso no hay nada que hacer más que pagar.

Otro efecto de estos malignos meses es la necesidad de los gobiernos estatales y federal de contar con más recursos para trabajar, y la vía más fácil para obtenerlos es, claro, subir los impuestos. Ya le echaron el ojo al que pagamos cuando compramos combustible.

La pandemia también nos está dejando un sistema educativo prendido con alfileres, en el que padece la gente con menos recursos económicos, esa que no tiene televisor, ni servicio de internet, computadora o tableta. Se necesitará mucha paciencia, sacrificio y dinero para que los profesores y padres de familia saquen adelante el actual curso escolar.

La supuesta “nueva realidad” en la que estamos tratando de sobrevivir obliga a muchos a aprender cosas que hasta hace un semestre ni siquiera les pasaban por la mente, como manejar una computadora o un nuevo software, y utilizar un teléfono celular para pedir que nos traigan a domicilio amplia gama de productos que necesitamos.

Este su servidor está tratando de realizar el cambio de placas de su auto mediante la plataforma digital que la SSP tiene en internet. Ya hice dos trabajosos intentos, llenando formatos con la esperanza de que me contesten y me concedan la cita para finiquitar el trámite.

Las autoridades estatales ponderan el sistema que han creado para que uno pague sus placas por la vía digital, pero la verdad es que las instrucciones a menudo no se entienden, están confusas o son contradictorias.

Por ejemplo, para la renovación de licencia de conducir se pide una serie de documentos que hay que presentar, pero la redacción está oscura y no queda claro si de una lista de diez tienen que entregarse todos o sólo uno de ellos. Para acabarla de amolar, en una parte exigen que el comprobante de domicilio no sea el que uno puede imprimir desde internet, pero ¿cuál otro puede uno dar cuando, por presiones o “invitaciones” de la CFE, ha autorizado que ya no le envíen a su casa, mediante los empleados postales, su cuenta de consumo en papel, sino que se lo manden a su correo electrónico?

En fin, en este tipo de situaciones no queda más que decirnos a nosotros mismos que o nos aclimatamos, o nos “aclimorimos”. Todo está pasando rápidamente y nos presionan desde diversos ángulos. Ya no sé si pedir auxilio o irme a vivir a otro país, ¿ y usted?

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