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La carrera para las elecciones del 6 de junio próximo ya empezó, y a partir de ahora veremos y oiremos cada vez más promesas y ofrecimientos de aspirantes a ocupar los puestos que estarán en juego el primer domingo de ese mes, y que incluyen 15 gubernaturas, la Cámara de Diputados, cientos de alcaldías y otros más.

Pero no vaya usted a creer que todos esos aspirantes a funcionarios hacen despliegue de esfuerzos sólo para caerle bien y tener el “honor” de trabajar y desvivirse por usted. No, salvo honrosas excepciones –que seguro las hay–, lo que más les importa es el jugoso salario que viene con el puesto.

El erario, es decir, el dinero que proviene de los ciudadanos pero que manejan los funcionarios de los tres niveles de gobierno, es el verdadero objetivo de todos esos políticos que ante usted se declaran enemigos a muerte de la corrupción, aunque luego maniobren para embolsarse ilegalmente millones de pesos.

Si alguien exigiera pruebas de que los políticos sólo buscan el puesto por el dinero y prestaciones que conlleva, sería difícil satisfacer su exigencia, aunque podríamos usar la lógica para justificar nuestra desconfianza. Por ejemplo, preguntemos: ¿Por qué hay personas que han saltado del PRI al PAN, luego al PRD, de ahí a Movimiento Ciudadano, antes de estar en Convergencia, para luego pasar al Partido Verde, y ahora declararse militantes a morir de Morena?

Creo que no sería necesario pedirle a usted que compare las plataformas ideológicas, los estatutos, las declaraciones de principios y otros documentos básicos que debe tener cada partido, para que se dé cuenta de que hay diferencias ideológicas, incluso abismales, entre cada una de esas organizaciones. Entonces, ¿cómo se puede saltar tan fácilmente de un partido a otro, manteniendo la integridad y la congruencia personales? Pues es que lo importante no es con qué partido llegues al sueldo, perdón, al cargo, sino que llegues, que cobres y, si es posible, te apropies de unos cuantos millones que den seguridad a tu futuro.

Pero los que persiguen los cargos en disputa son una parte de la ecuación que puede describir el esquema político bajo el cual vive nuestro país. La otra parte importante somos nosotros, los que votamos. Lejos de aquellos tiempos en los que eran tan comunes las urnas “embarazadas” y la compraventa de voluntades electorales, nos parece que es difícil negar que los mexicanos, sobre todo ese porcentaje superior al 50% que forman el sector de los pobres o el de los miserables (integrantes de la “pobreza extrema” les dicen a éstos), todavía no alcanzan la educación suficiente para distinguir entre un buen candidato que quiere servirles, y otro que sólo quiere verles la cara y enriquecerse.

¿Caeremos de nuevo en el garlito? De la más reciente elección a la fecha no hay nada que haya cambiado para creer que esta vez sí votaremos con atingencia.

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