Sobre decepciones y sorpresas en literatura

Gínder Peraza Kumán: Sobre decepciones y sorpresas en literatura

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La literatura aporta a nuestra vida cultura, placer, conocimientos, experiencia y otras riquezas inasibles. Pero también tiene otra cara en la que ofrece decepciones y sorpresas, como le contaré en este breve artículo. 

La primera decepción literaria que recuerdo surgió porque cuando empecé a leer las obras de nuestro admirado colombiano-mexicano Gabriel García Márquez, en los años setenta, era yo un estudiante, lo que significa que tenía poco dinero y compraba las ediciones de libros más económicas, y así fue como leí “Los funerales de la mamá grande”, “La mala hora”, “La hojarasca”, “Cuando era feliz e indocumentado”, etcétera. Cuando pude adquirir mi propio ejemplar de “Cien años de soledad” me llevé la sorpresa de que varias partes del gran libro de Gabo ya las había leído yo en las primeras obras, las pequeñas, del gran premio Nobel de literatura 1982. No me lo tomé mucho a mal, pero conforme pasaron los años empecé a poner al peruano Mario Vargas Llosa a la misma altura primero, y arriba después, de García Márquez. 

Gabo cayó de mi gracia definitivamente –la persona, no su obra– aquella vez que se le ocurrió proponer que en la lengua española desaparecieran los signos de puntuación... Ésa fue la segunda decepción, porque creo que quien escribe tiene la responsabilidad de defender el idioma en que se desenvuelve, ríe, sufre y vive. 

Con la siguiente decepción que contaré tal vez alguno me quiera agarrar del cuello y retorcérmelo. Sucedió que cuando en 1990 le dieron, para muchos sorpresivamente, el Premio Nobel de Literatura al mexicano Octavio Paz, yo nada sabía de la obra de éste, de manera que me vi impelido a tratar de conocerla, y compré “Libertad bajo palabra. Obra poética” (1960), con la que comprobé que dice la verdad aquella advertencia de que si de un libro lees las primeras 20 ó 30 páginas y no te gustaron, mejor déjalo a un lado. Eso hice, con la promesa de retomar su lectura algún día, que aún no llega. 

En cuanto a sorpresas, creo que así le puedo llamar a lo que me pasó con Sor Juana Inés de la Cruz, o Juana de Asbaje para quienes rechazan cualquier alusión a la religión. Pues sucedió que coordinaba yo el suplemento cultural de Novedades de Yucatán, y por ese cargo la Asociación de Libreros de México me mandaba cada año su libro conmemorativo de aniversario. Mucho después me topé de nuevo con una de esas obras, la que le habían dedicado a la muy inteligente religiosa mexicana, y al revisar las marcas que había yo hecho para indicar cuáles eran los mejores poemas, me di cuenta de que mis gustos y preferencias habían cambiado, y que los poemas que me encantaron a los 30 y tantos años me parecían cursis a los 50. Comprobé así que en literatura, como seguramente en muchas otras cosas, sí cambiamos, así sea poco. “Genio y figura hasta la sepultura” no es totalmente cierto; analícelo usted con sinceridad y quizá me dará la razón.

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