Carlos Pellicer: hay libros que eligen a su dueño
Gínder Peraza Kumán: Carlos Pellicer: hay libros que eligen a su dueño
Pasé horas buscando en mi modesta biblioteca un libro del tabasqueño Carlos Pellicer, para contarles con algo de sustento cómo han llegado a mi vida muchas de las obras literarias que ahora tengo. En algunos casos he corroborado lo que antes han dicho otros, en el sentido de que suele suceder que los libros nos escogen a nosotros, en vez de que nosotros los elijamos a ellos.
Si mal no recuerdo, mi interés por el escritor, poeta, museólogo y político mexicano Carlos Pellicer Cámara (San Juan Bautista, hoy Villahermosa, Tabasco, 16 de enero de 1897; Ciudad de México, 16 de febrero de 1977) surgió después de una visita turística con mi esposa al Museo Parque La Venta, en la capital tabasqueña. Ahí nos llamó la atención una frase formada con letras de gran tamaño fabricadas con cemento:
“Agua de Tabasco vengo”. Preguntando, me enteré de que era la primera línea de un verso escrito precisamente por Carlos Pellicer, en 1943, y que está en el final de “Cuatro cantos en mi tierra”: “Agua de Tabasco vengo / y agua de Tabasco voy. / De agua hermosa es mi abolengo; / y es por eso que aquí estoy / dichoso con lo que tengo”. (puede usted leer los cuatro cantos completos en https://www.poesi.as/cp999011.htm).
A partir de ese momento me dediqué a buscar en las librerías meridanas alguna antología de Pellicer que incluyera ese poema. Tuve que comprar tres obras para revisarlas, y finalmente no sólo encontré el poema, sino que también descubrí a Pellicer y, sin poder evitar las comparaciones, concluí para mí que era el más grande poeta del Sureste mexicano.
“Es la suya una poesía ardiente, brotada de la vida y el diálogo del hombre con el mundo. Brillan en sus poemas los nombres de las cosas, aparecen diáfanas las plegarias y cobran los colores una existencia prodigiosa (...) Hay agua y arqueología, mística y sensualidad, árboles y lámparas, nubes y palomas. Todo un universo hecho con las manos llenas de color y el alma interrogante”, dice José Alvarado, uno de los tres críticos que están incluidos en el prólogo de “Primera antología poética de Carlos Pellicer”, editada por el Fondo de Cultura Económica de México en febrero de 1984.
Me aficioné tanto a la vigorosa e incontenible poesía de Pellicer, que llevaba bajo el brazo alguno de los libros del tabasqueño en las “excursiones” nocturnas que, junto con varios compañeros de trabajo, realizábamos al término de nuestra jornada a lo que hace unos 40 años quedaba de la antigua “zona de tolerancia” del sur meridano.
No puedo olvidar que una de las antologías se la regalé a una guapa y atenta mesera del Mercado Grande, donde a menudo pasábamos a desayunar antes de regresar a nuestras casas. Me hubiera gustado no haberlo hecho porque ahora sólo tengo un libro de Pellicer; el otro todavía no aparece y lo más probable es que ya no aparezca nunca (Chin… a lo mejor también lo regalé)