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Andrés Manuel no es ni el peligro comunista ni socialista (normalmente quienes usan esos términos lo hacen a la par porque no conocen la diferencia entre uno y otro), ni el Carlos Marx mexicano o el nuevo Hugo Chávez. Es más, no es ni de cerca algún ideólogo de izquierda radical. Pero tampoco es el presidente más congruente que ha tenido este país (ese puesto le sigue perteneciendo a Cárdenas), ni el infalible líder que pregonan muchos. Andrés Manuel es, sin lugar a dudas, un producto esperado e inevitable de un sistema fallido, de un país con una desigualdad obscenamente profunda y de una sociedad a la que le quedan pocas alternativas democráticas para intentar salvar el barco que se hunde.

Comprender esto nos hará comprender también al personaje que aparece al frente del gobierno federal. A algunos les parecerá gracioso y pueril el “detente” de un presidente para combatir el mal, pero olvidan a los millones de mexicanos adoctrinados en una fe que creen fervientemente en esos símbolos. Les parece inaudito que el líder de su nación no sepa hablar inglés, pero olvidan que hay miles de personas en México que tienen como lengua primaria alguna lengua indígena y que incluso el español es una barrera que impide la completa integración de la sociedad. Incluso hay quienes consideran el colmo de la locura que una persona en pleno siglo XXI desprecie la ciencia, la cultura, las investigaciones y prefiera el dogma, la retórica, la demagogia, pero no se percatan de que, según esas mismas investigaciones despreciadas, en México hay una inmensa mayoría que cree más en la magia que en el cientificismo.

¿Es esta una justificación a las conductas del presidente? Absolutamente no. No es justificable que Andrés Manuel realice una gira por la península de Yucatán en plena contingencia por el Covid-19 y todavía más cuando su subsecretario de salud todos los días se enfrenta a la crítica -a veces risible e irracional por parte de ciertos partidos- defendiendo el actuar de la Federación. No es tampoco justificable que se siga adelante con un Tren Maya al que no se le hicieron los estudios de impacto ambiental requeridos por la ley -¿cómo voy a saber si daña o no al ambiente, a las comunidades?, ¿cómo sabré efectivamente si el beneficio es mayor que el costo sin los análisis pertinentes?-, ni con una refinería en la que se adjudican directamente y de manera opaca contratos millonarios.

Si algo ha demostrado el presidente es afinidad para hacer quedar mal a sus cercanos y alimentar las críticas de sus detractores. Puede que sus programas sean los mejores, pero actuando fuera de la ley y contra toda formalidad, lejos de transformar al país no hace más que replicar los vicios que nos arrojaron a las situaciones críticas que enfrenta nuestra sociedad. AMLO es un producto de lo que la mayoría de sus detractores aún no comprenden. Cuando encuentren el hilo negro en el oportunismo partidista y el bajo nivel de reflexión que abunda en la clase política, entenderán el fenómeno y entonces sabrán cómo abordarlo. Mientras tanto, sigan hablando de comunismos y socialismos que dan pase libre a un presidente sin oposición.

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