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La migración es una constante en la naturaleza. Incluso en nuestra especie, desde que el homo sapiens evolucionó hace cientos de miles de años en África, la migración permitió su expansión por el mundo entero. Gracias a este fenómeno, el cuerpo humano pudo adaptarse a los diferentes climas de la tierra y las sociedades fueron desarrollando miles de culturas en estrecha relación con su entorno.

Basta con recordar que la humanidad llegó a América en una milenaria migración que atravesó el estrecho de Bering para asentarse, entre otros muchos lugares, en lo que hoy llamamos México. No aparecimos de pronto aquí, sino que llegamos.

Incluso, en la historia más reciente de nuestro país, durante los siglos XIX y XX, sucedieron migraciones masivas de españoles, judíos, libaneses y chinos, quienes venían en busca de oportunidades o huyendo de la guerra y enriquecieron nuestra cultura. México siempre los recibió con los brazos abiertos.

Por ello, resulta sorpresiva la postura tomada por muchos mexicanos ante la caravana migrante proveniente de Honduras. Si bien hay muestras de apoyo, las redes sociales virtuales también arrojan cientos de comentarios de repudio hacia quienes emprenden el éxodo a Estados Unidos.

Quizá no se comprenden los motivos, porque los medios nos hablan de Siria y Venezuela, pero no nos hablan de la Honduras en la que, de unos 8.8 millones de habitantes, 6 millones se encuentran en pobreza y pobreza extrema; tampoco mencionan la desmedida violencia que se vive desde hace décadas en el país, donde diariamente son masacradas familias enteras, y mucho menos se habla de las empresas transnacionales, principalmente estadounidenses, que despojan de tierras y desplazan a pueblos enteros para poder explotar los recursos del país centroamericano.

Sería atrevido comparar las crisis en México y Honduras, dado que nuestro país también es un exportador de migrantes legales e ilegales hacia Estados Unidos mayormente: se calcula que hay por lo menos 12 millones de mexicanos en el vecino país del norte.

Es cierto que cada país está en su irrestricto derecho de hacer respetar sus leyes; México tiene una legislación migratoria clara, pero que está muy lejos de corresponder con la realidad social y atenderla eficazmente.

Una vez en México, los migrantes son blancos frecuentes de la delincuencia organizada y violaciones a derechos humanos, pero ahí, salvo honrosas excepciones, nadie alza la voz ni habla de los que, como muchos mexicanos, caminan persiguiendo una vida mejor en un mundo donde todos somos migrantes.

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