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A 477 años de la fundación de Mérida, nos sentimos orgullosos de una ciudad segura, relativamente pacífica, cada vez más moderna y en constante crecimiento. Una ciudad llena de tradiciones, eventos culturales, pluralidad y vida.

Pero no podemos ignorar el otro lado de la moneda: vivimos en una ciudad innegablemente desigual y dividida desde sus inicios. Al fundarse Mérida, la capital de la Capitanía General de Yucatán fue planeada como una urbe para blancos, dejando en las afueras a los indígenas y a los esclavos traídos de África (los barrios de Santiago, San Cristóbal, San Juan y Santa Lucía son muestra de ello).

Después, la ciudad se dividió entre la clase política porfirista, los hacendados, la casta divina que se enriqueció a costa de la esclavitud del pueblo maya, la que construía palacios afrancesados en la ciudad, y los peones concentrados en los arrabales.

Hoy, la ciudad se divide en un norte que crece desmedido, con plazas comerciales de lujo a las que el grueso de la población no tiene acceso; torres departamentales a medio ocupar, clubes deportivos exclusivos, centros de convenciones y todos los servicios de una metrópoli en desarrollo.

Pero, por otro lado, tenemos un sur profundo con graves problemáticas sociales, rezago, carencia y situaciones de riesgo. Un sur al que solemos referirnos como otra ciudad, otra Mérida, donde habitan quienes van a trabajar a la Mérida del norte al no haber muchas oportunidades cercanas.

Estamos a nada de ser una ciudad de cinco siglos, orgullosa de nuestras raíces, de nuestro pasado maya y mestizo, pero que desvía la mirada de un presente clasista, que consciente e inconscientemente distingue entre los unos y los otros por el apellido, el color de la piel, la situación económica y la zona en la que vive.

Una urbe que, aunque con trasfondo histórico, sigue manteniendo su animadversión por los foráneos, incluso por otros mexicanos.
El que suscribe estas líneas no imagina la remota posibilidad de haber nacido en otro lugar.

Mérida es sin duda una ciudad hermosa, única, llena de historia y cuna de grandes poetas, músicos, escritores y juristas.

Y esa admiración y cariño tan grandes por nuestra ciudad deben ser lo que nos impulse a hacer de ella un lugar más justo y equitativo para todos.

Reconocer nuestros defectos y las injusticias, tanto como nuestras virtudes, es el primer y necesario paso para construir una mejor ciudad para todos y no solo para unos cuantos.

El mejor regalo que ciudadanos y autoridades podemos hacerle a nuestra muy noble y muy leal ciudad de Mérida, allende cualquier festival, es trabajar por cerrar la brecha social y hacer de ella una sola ciudad, más plural y multicolor que blanca.

Extra: cierran ductos de Pemex y baja el huachicoleo en más de nueve estados. Acto seguido baja también el suministro de combustibles en gasolineras. ¿A quién le compraban entonces esa gasolina las estaciones?

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