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A cien días de la cuarta transformación, así como sobran los programas sociales implementados por el gobierno de López Obrador, también sobran las voces en pro y en contra de los resultados arrojados en la incipiente administración. Ni opositores ni oficialistas han escatimado espacios y tiempo en radio, prensa escrita, televisión y, por supuesto, redes sociales, para hacer de las acciones del presidente la agenda pública a nivel nacional.

La opinión pública diaria tiene puestos sus reflectores en el jefe del Ejecutivo desde las siete de la mañana y va desarrollando el debate e impulsando las líneas editoriales a lo largo del día a partir de la pauta que pone Obrador. De hecho, donde antes había noticias, discusiones y miradas en torno a gobernadores, sucesos locales o internacionales y una que otra nimiedad, ahora hay presencia avasalladora de la “4T”, del partido en el poder, de los actores de su cúpula; la maquinaria de comunicación y propaganda recuerda los tiempos en que el Estado controlaba los medios de comunicación.

No obstante, sería ingenuo culpar al gobierno federal o a Morena de un fenómeno que es de responsabilidad compartida. Después de cien días de gobierno, AMLO aún no se ha encontrado con una oposición real, firme y organizada. Salvo por uno o dos momentos efímeros, los partidos políticos y las organizaciones contrarias al presidente no han sabido posicionarse, crear espacios desde dónde desarrollarse y tener su propia tribuna. Del PAN, el PRI y el PRD sabemos que se opusieron tímidamente a la Guardia Nacional, pero que terminaron votando por un dictamen casi igual al original y que celebraron como gran victoria. Incluso ante la avasalladora mayoría de Morena, la oposición bien podría presentar una resistencia interesante y encontrar puntos negociables con el poder, pero su desorganización no se los permite. En el discurso se nota que la oposición aún no se reconoce como tal, pues recurre a los viejos argumentos desgastados sin proponer, sin cuestionar con seriedad.

Pero, además de los partidos políticos y las grandes organizaciones, los otros protagonistas de esta idílica realidad somos los ciudadanos, tanto opositores como leales al régimen. Muchos de los seguidores de la cuarta transformación son incapaces de ver con ojo crítico el desempeño del nuevo gobierno, de hecho no distan demasiado de lo que otrora llamaban “peñabots” en redes sociales. Cualquier error o tropiezo del Estado es inimaginable. Todo se justifica con que la cosa antes estaba peor o que en cien días no se puede arreglar una vida de desaciertos. La oposición ciudadana no tiene un liderazgo que la guíe y las críticas suelen carecer de fundamentos, rayando muchas veces en el absurdo.

Parte fundamental en el éxito o fracaso del nuevo gobierno recaerá forzosamente en el papel de la ciudadanía, quien está obligada a adoptar un papel crítico y reflexivo. De no asumirse verdaderamente como vigilantes del desempeño del Estado, dejamos la puerta abierta a todo tipo de consecuencias.

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