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La Guardia Nacional está completamente instalada en la frontera sur, a partir de hoy 18 de junio: 6 mil elementos del recién creado cuerpo de seguridad blindan los límites entre México, Guatemala y Belice. De manera oficial, hoy nos convertimos en el muro de contención entre Estados Unidos y los miles de centroamericanos que se desplazan hacia el norte, en un fenómeno migratorio de magnitudes sin precedentes.

Y lo que destaca de la nota no es el despliegue de una fuerza casi militar en la frontera -¿qué, no es lo que pretendía hacer Trump con sus soldados y que nos indignó tanto?- ni la migración de quienes buscan huir de la violencia o persiguen una mejor calidad de vida, sino cómo México se enfrentó a un vecino eternamente incómodo y quien a diestra y siniestra pretende imponer su voluntad, aquí y en todo el planeta.

Poco podía hacer el gobierno mexicano ante los chantajes arancelarios de Donald Trump, como poco ha podido hacer México durante toda su historia ante el avasallador poderío norteamericano. Como expresó Lorenzo Meyer para Proceso, nuestro país ha ejercido siempre una soberanía limitada -que para el autor eso significaría técnicamente una falta de soberanía absoluta-, pues muchas veces han imperado los intereses de nuestro vecino del norte sobre los propios. El histórico y casi natural temor a que Estados Unidos golpee la mesa nos paraliza y obliga siempre a buscar la conciliación, aun cuando la razón nos asista y aun cuando esa conciliación significa el menoscabo de intereses nacionales.

A corto plazo y en una medida desesperada, “dando el brazo a torcer”, poco podía hacer Andrés Manuel ante la amenaza trumpeana. Es cierto, no hay casi nada qué aplaudir en una negociación que solo convirtió al país en el puesto fronterizo más grande que existe, pero tampoco puede acusarse de subordinación y falta de dignidad a quien se enfrenta a aquel que, históricamente, ha perseguido sus propios intereses a costa de la seguridad, estabilidad, bienestar económico e incluso de la soberanía y democracia de los países latinoamericanos.

A largo plazo, el presidente tendrá que decidir entre mantener una relación de amistad y buena voluntad con EU, pero haciendo respetar también los intereses mexicanos, o ser un partícipe más del interminable desfile que hace sumisa comparsa a la nación más poderosa del mundo.

Extra: poco se ayuda el presidente Andrés Manuel en su aparente ánimo por dejar bien parado a México. Si bien continúa gozando de una amplia popularidad, principalmente entre quienes han sido olvidados durante muchos años por las élites políticas y empresariales, sus recientes declaraciones en torno a los amparos presentados por la construcción del aeropuerto de Santa Lucía pueden alejarlo de quienes defienden el Estado de Derecho y el acceso a la justicia. Amenazar con revelar nombres de quienes por derecho recurren al amparo es, cuando menos, un retroceso que afecta a quienes pretenden actuar por la vía legal. ¿Qué seguridad da a quienes busquen protegerse de actos de autoridad?

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