Fabricando culpables
El poder de la pluma
El eje principal del combate al Covid-19 por parte de las autoridades locales ha sido la creación de un enemigo discursivo, echar culpas, tirar la bolita, dirían unos. Desde que empezó la epidemia, los responsables han sido las autoridades federales que no dan recursos, la gente que no se cuida porque se reúne, el alcohol, los coches que circulan de madrugada, las familias que tienen sólo un vehículo, los que no pueden quedarse encerrados en casa cuatro meses, pero curiosamente nunca lo ha sido el mal manejo de la epidemia, la muy anticipada reapertura económica o la improvisación de los gobernantes yucatecos.
Y es que la estrategia es muy clara: crear un enemigo común que logre explicar -y justificar- los desaciertos y las ineficaces políticas públicas que no se reconocen. Por ejemplo, la nueva ley seca se justifica con que el alcohol fomenta las reuniones, las fiestas -¿no que por la violencia doméstica?- y sin embargo las reuniones se siguen dando. También se seguirán dando, lamentablemente, las muertes por ingesta de alcohol adulterado y los robos a comercios en busca de la cerveza, porque en la búsqueda de culpables inmediatos y con rostro, se ignora el problema social que representa el alcoholismo en nuestro estado. Por otro lado, se cierra la vialidad a partir de las 10:30 de la noche para evitar la propagación del virus, lo que hace que hasta los camiones dejen de dar servicio, olvidando que hay profesionales de la salud y otros trabajadores que tienen que salir después de la “restricción vehicular” y se ven obligados a caminar kilómetros hasta sus domicilios -¡tal vez deban de irse las doctoras y los enfermeros de los hospitales más temprano para alcanzar camión!- gracias a una medida sin sentido y sin aplicación práctica. Otra: se prohíbe que vaya más de un pasajero en taxis de transporte público y ya van más de 150 unidades remitidas al corralón -¿en ellos no aplica la reactivación económica o no están perdiendo su fuente de empleo?- ¡Ah!, pero no vieran las filas en los paraderos del centro, en donde miles de personas esperan amontonadas diariamente abordar los camiones (que cada vez son menos) y que han sido fuente importante de contagio desde el inicio y que nada se ha hecho por arreglar el problema.
Como ve, el problema no es que prohíban el alcohol porque la gente “esté desesperada por la fiesta”; o que prohíban el tránsito vehicular para que la gente “deje de estar paseándose en la calle”; o que se lleven al corralón a los que diario se exponen al virus porque “se van a contagiar en el mismo taxi” -curiosamente el virus parece evaporarse con una especie de magia en los camiones llenos-. No, el punto es que estas medidas son improvisaciones. Son prueba plena de que no hay un plan para hacer frente a la crisis. Son una demostración de que además se desconoce la realidad de la sociedad en la que vivimos. Pero más aún, son prueba de que todo es culpa de todos, menos de un estado que, por razones que hasta hoy se desconocen, no admite que hay que corregir el rumbo y dejar de fabricar culpables y empezar a aplicar la sana -muy sana y necesaria- autocrítica.