La popularidad del presidente
El poder de la pluma
En medio de la peor crisis sanitaria de los últimos tiempos y la más profunda inestabilidad en el sistema federalista mexicano, López Obrador mantiene -en algunas encuestas sube dos puntos- su popularidad. Los principales instrumentos estadísticos señalan alrededor de 58 puntos de aprobación general del mandatario, lo que resulta una percepción positiva en comparación con otros presidentes en tiempos convulsos, pero muy lejana a aquellos casi ochenta puntos del recién electo Andrés Manuel en julio de 2018. Pero, paradójicamente, las mismas encuestas proyectan opiniones negativas sobre las gestiones del gobierno federal en áreas como la economía, la seguridad pública y el combate a la corrupción, en donde los números rojos superan por mucho a las opiniones favorables al mandatario.
Estas contradicciones no suponen un error metodológico en las encuestas, sino fenómenos perfectamente identificables y que podríamos resumir de la siguiente manera: por un lado, el hartazgo social que llevó a Andrés Manuel a la presidencia sigue con el combustible suficiente para mantener a flote los niveles altos de popularidad. El discurso revanchista, de justicia social y de “cambio” de régimen, aún hace efecto en los millones de mexicanos que siguen a la espera de mejorar sus condiciones de vida que, dicho sea de paso, se han visto innegablemente afectadas por un sistema político que ha ampliado la brecha social y ha producido millones de pobres en los últimos treinta años.
En pocas palabras, Andrés Manuel sigue representando una esperanza para aquellos a quienes hasta eso les habían quitado. ¿Cuál es la desventaja? Que como toda efervescencia colectiva, esta esperanza no es eterna y de no darse un verdadero cambio de régimen -produciéndose así el “efecto Fox”-, la popularidad del mandatario tarde o temprano no podrá sostenerse por sí misma. A esto hay que aumentarle el desgaste de la figura presidencial ocasionado por las mañaneras -arma de doble filo que por un lado dicta la agenda pública diaria, pero por otro expone al presidente y hace más relevantes sus errores- y por la constante polémica provocada por el mismo AMLO con sus adversarios, como él les llama.
Pero es otra la razón que principalmente sostiene al oficialismo. Como hemos hablado en otras ocasiones, la falta de una oposición seria, organizada y con un proyecto de nación claro deja al gobierno federal con la vía libre, con un amplio margen de maniobra. El grueso de la población mexicana, incluidos arrepentidos y desencantados con el gobierno y los que no votaron por él, no encuentran una plataforma política viable sobre la cual construir una alternativa democrática. Con la oposición acéfala y escogiendo las peores batallas, el oficialismo se proyecta no sólo para terminar este sexenio sin problemas, sino para mantenerse cuando menos uno más.
Extra: nueve gobernadores pidieron la renuncia de López-Gatell por “no poder controlar el Covid-19”. La mayoría de aquellos se caracteriza por haber desoído las instrucciones del gobierno federal, prefiriendo desde los primeros brotes manejar por sí mismos la contingencia. La ironía.