El monopolio de la protesta
El poder de la pluma
¿Cuándo es válida una protesta? ¿Qué legitima una manifestación? ¿Hay movimientos sociales mejores que otros? México es quizás el país de la protesta y la resistencia por excelencia. No hay etapa de la historia de esta tierra, desde los tiempos prehispánicos hasta el convulso siglo XX, en que no se hayan generado cientos y cientos de movimientos sociales con objetivos de lo más diversos.
Una figura icónica en los movimientos sociales, en la protesta contra el gobierno, ha sido sin duda Andrés Manuel López Obrador. Recordarán muchos sus protestas en Tabasco, su peregrinar hacia la Ciudad de México, su adhesión al movimiento progresista liderado por Cuauhtémoc Cárdenas y, por supuesto, el famoso plantón que por meses ocupó el corazón de capital del país después de las elecciones de 2006.
Se podría decir que Andrés Manuel y sus seguidores se desenvolvieron naturalmente en la manifestación, que muchas figuras actuales de morena aparecieron en aquellas protestas contra la Reforma Energética, contra la victoria de Peña Nieto o contra el gobierno de Calderón. Sufrieron las burlas, la incomprensión, las críticas y los ataques de quienes no estaban de acuerdo con ellos, de quienes los tachaban de “chairos”, revoltosos, huevones. Todo lo anterior, por cierto, lamentable en cuanto los ciudadanos ejercían su derecho constitucional a la libre manifestación de las ideas.
Pero algo ocurrió una vez que la otrora oposición ocupó la silla presidencial y obtuvo una abrumadora mayoría en el Congreso. De pronto se olvidó el derecho a disentir y se creó lo que considero un monopolio de la manifestación en México. No es tema de estas líneas analizar el componente sociológico o el origen de las protestas obradoristas o de las que hoy encabeza la nueva oposición. No calificaremos de justas, legítimas, buenas o malas las posturas de quienes se han manifestado. Pero sin duda hay actualmente un clima de intolerancia y recriminación a quienes manifiestan abiertamente sus críticas al oficialismo, ejercida curiosamente por quienes antes se manifestaban.
Es infantil creer que porque la policía no levanta manifestantes -como antes- o que no se criminaliza la protesta -como antes-, hay tolerancia. Hay todo un aparato de gobierno, intelectuales orgánicos, influencers políticos y demás figuras afines al oficialismo (incluido el presidente desde sus mañanera) que hacen burla y menosprecian las protestas de otros, siempre acompañados del “nosotros sí protestábamos bien”, “nosotros sí nos quedábamos días acampando”, “nosotros sí reuníamos miles de gentes”, como si el sufrimiento, el estoicismo y la masa dieran más valor a una manifestación por sobre otras, como si fuera un concurso de protestas en donde los jueces autoproclamados son los que hoy detentan el poder y que tienen una necesidad delirante de señalar, de invalidar la manifestación ajena, como si su legitimidad dependiera de ello.