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La salud de un jefe de Estado, independientemente de si es de nuestro agrado o no, es un asunto también de Estado y de seguridad nacional. Que Andrés Manuel López Obrador haya contraído Covid-19 no es cosa menor. Primero porque puede criticársele la especie de soberbia que rodea su discurso y su actuar frente al coronavirus: varias veces se ha hecho notoria la incongruencia del mandatario entre su preocupación por la pandemia y su desdén por el uso de cubrebocas, la celebración contraindicada de actos de gobierno, las mañaneras, entre otras cosas. Por probabilidad y estadística era esperable que el presidente adquiriera el virus, tal y como ocurre con las personas que no respetan ni siguen las medidas de prevención dictadas por las autoridades sanitarias.

En segundo lugar, con el contagio de AMLO se abre la funesta posibilidad -que no se desea, por supuesto-, de que llegue a faltar el jefe del Estado mexicano o que, cuando menos, se encuentre permanentemente imposibilitado de continuar con sus funciones. La experiencia con el Covid también pone ante nosotros otra serie de números, datos y proyecciones entre las que se encuentran estos escenarios indeseables.

Como ya hemos expuesto en el pasado en este mismo espacio y dado que ya transcurrieron los primeros dos años de gobierno, ante la falta del presidente de la República, la secretaria de Gobernación Sánchez Cordero sería quien ocuparía provisionalmente la Presidencia, mientras el Congreso de la Unión -de mayoría morenista en la actualidad- elegiría por voto secreto y mayoría absoluta al presidente substituto, mismo que concluiría los últimos cuatro años de gobierno. Lo anterior, por supuesto, en un escenario político idóneo y en donde primaran los principios democráticos y constitucionales y no los personales o partidistas.

En un contexto como el de México, la falta absoluta de AMLO iniciaría una pugna política -con sus consecuencias sociales- tremenda que terminaría, muy probablemente, por debilitar las instituciones del Estado, los poderes de la Unión y desestabilizando -si es posible un poco más- al país.

A juicio de un servidor, alegrarse porque una persona adquirió covid y esperar una consecuencia negativa es inhumano y una muestra profunda de insensibilidad y falta de empatía. La crítica, el señalamiento, el meme y la duda deben seguir aun en la enfermedad, lo cual es curiosamente sano para la democracia. Pero, independientemente de los juicios de valor que podamos emitir sobre una persona o si ésta es o no de nuestro agrado, lo deseable sería que todo aquel que enfermara de coronavirus, sea quien fuere, tuviera un resultado favorable.

Pero si el humanismo, la empatía y la sensibilidad no fueran suficientes para desear que la enfermedad del presidente no llegue a mayores, quizás entender lo catastrófico que sería su repentina falta para el Estado mexicano -aún más que sus errores- haga que esperemos una pronta recuperación del mandatario.

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