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El Estado soy yo, la Revolución soy yo y la transformación soy yo. Mi nombre es Andrés Manuel López Obrador, tlatoani omnipotente de México que tiene el don de bautizar a los conservadores y volverlos liberales. Con mi palabra puedo convertir antiguos enemigos y miembros de la mafia del poder en espléndidos candidatos alineados al partido que fundé, aún antes que a mis propios seguidores y fieles militantes.

Tengo la increíble habilidad de decidir quién es bueno y quién es malo, quién es honorable y quién un corrupto neoliberal, quién hace buen periodismo y quién sólo oculta rencor tras sus críticas al gobierno. Por eso no es sorpresa que sólo yo y nadie más que yo, pueda decir quién es digno de estar al frente de las instituciones.

Todo lo anterior quizás no lo diría jamás el Presidente de México, pero no es más que lo que durante meses ha podido interpretarse del actuar de AMLO. Que importara políticos de todos los partidos al cascarón que hoy es Morena, despreciando a quienes por años han luchado con y por él, es cosa de niños en comparación con lo sucedido el día de ayer en su mañanera; ante la pregunta expresa de un reportero sobre el futuro de la extensión del periodo del Presidente de la Corte, aprobado en ambas Cámaras con la mayoría morenista, López Obrador dijo que sólo se oponen a que Zaldívar extienda su presidencia quienes tienen coraje de la transformación. Es decir, quienes son conservadores, neoliberal y sobre todo -según sus propias palabras- corruptos. En ningún momento en su discurso cabe la posibilidad de admitir un error o contradicción entre lo que aprobaron los legisladores y la Constitución. A pesar de las centenas de voces de reconocidos abogados, quienes han señalado que la extensión de mandato en inconstitucional y vulnera peligrosamente el Estado de Derecho, para el Gobierno Federal y para el oficialismo partidista es más importante el visto bueno del líder que no se equivoca.

Quedó estupefacto el autor de estas líneas al escuchar a AMLO decir que “no sólo las instituciones son importantes, sino las personas que las presiden y que tienen que ser honorables”. Un error en el Presidente es que, si bien es deseable que quienes trabajan en las instituciones sean honestos, éstas no deben depender nunca de los sujetos, pues corren el riesgo aquellas de volverse rehenes de éstos. Decir que Zaldívar es el único que puede transformar al Poder Judicial es en extremo preocupante, ya que se deposita toda legalidad en un individuo concreto y no en la institución misma. Eso es exactamente lo que AMLO hace con la presidencia de la República, creyendo genuinamente que sólo él y sus discípulos son capaces de transformar a México aún a costa de las instituciones democráticas.

Y es preocupante no porque el Ministro Presidente sea o no una persona honesta y de principios, sino porque la misma lógica puede entonces ser usada mañana por quien hoy jura la no reelección.

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