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Los críticos no tienen derecho a las limitaciones que a menudo son prerrogativas de los artistas (como el provincianismo).-Huberto Batis

En estos tiempos de corrección política, conservadurismo social e hipersensibilidad artística, conviene recordar que, en los años sesenta del siglo pasado, el entorno del ámbito del periodismo y la crítica cultural en México anunciaba la apertura hacia la influencia de artistas y escritores contemporáneos, tanto nacionales como extranjeros. En ese sentido, la labor editorial realizada por la llamada Generación de Medio Siglo -o de la Casa del Lago- fundando revistas culturales como Cuadernos del Viento (1960-1967) dirigida por Huberto Batis, S. Nob (1962) ideada por Salvador Elizondo y el periodo de Juan García Ponce y Tomás Segovia (1960-1965) al frente de la Revista Mexicana de Literatura, dieron como lugar al universalismo como sucesor del nacionalismo trasnochado.

Estas revistas se convirtieron en promotoras -y agitadoras- del mundillo cultural mexicano al publicar textos y traducciones de autores internacionales, pero también al elaborar una crítica de arte y literaria ocupada en la vanguardia mexicana, y, por otro lado, innovando en la creación de secciones especializadas en crítica u opinión, apéndices o suplementos como "La pajarera", "Actitudes" y "Palos de ciego", como una forma de ventilar y acicatear serias discusiones en torno al arte contemporáneo. En su labor como editor y crítico voyeur, el propio Batis definió la sección de Palos de Ciego con una cita: “Este es un típico Palo de Ciego de Cuadernos del Viento, una de cal por las que van de arena. No quiere haber veneno sino humor picante que no hiera”.

A diferencia de otras pullas literarias que se acostumbraban por aquel entonces, como las publicadas por Jaime García Terrés, editor de la Revista de la UNAM, aquellas notas sin firma aparecidas en las secciones “La feria de los días” y más tarde en “Litoral” -de la Gaceta del Fondo de Cultura Económica también a su cargo-, o de los ácidos colofones de Jesús Arellano en la revista Me(n)táfora o de la alevosía de las “Actitudes” en la Revista Mexicana de Literatura, los Palos de Ciego carecían de la pesadez y la intención de atacar públicamente a los aludidos.

Mas bien eran “inocentadas” cuya pretensión era satirizar, evidenciar, ventilar y denunciar con un revés inteligente y humorístico los chismes y discusiones que estaban de moda, siempre de manera anónima, característica principal que mantenía a los lectores interesados y a los escritores en vilo tratando de dilucidar la mano detrás de la afilada pluma, procurando no ofender ni importunar demasiado, sobre todo en los sesenta, un tiempo donde la censura y el ambiente represivo proveniente de las oficinas de gobernación eran cosa común.

Sin embargo, no pocos sinsabores se llevaron Carlos Valdés y Huberto Batis como coeditores, siendo este uno de los motivos por los cuales el primero renunciara a la revista, achacando su salida a la falta de remuneración económica y dejando el timón editorial al mando de Batis, aunque permaneció como un cercano colaborador.

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