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Quisiera iniciar mi columna con un fragmento de la hermosa canción de Violeta Parra, que sin duda magistralmente interpreta Mercedes Sosa: “Gracias a la vida, que me ha dado tanto, me dio el corazón que agita su marco, 
cuando miro el fruto del cerebro humano, cuando miro al bueno tan lejos del malo,
cuando miro el fondo de tus ojos claros…”.

Recientemente he vivido una serie de eventos circunstanciales que refuerzan este deseo de dar gracias a la vida de forma permanente más allá de cualquier adversidad. Si realizamos un análisis global encontraremos un sinnúmero de personas que de una manera u otra logran esa vitalidad que impulsa a ir siempre hacia delante, y podríamos citar a la familia, el trabajo, compañeros, amigos y alguna ilusión que nos mueve. Claro, otros muchos no reparan en “pequeños detalles”; la envidia, la soberbia, el orgullo y la pusilanimidad no los dejan vivir.

Estas últimas personas a las que hago referencia podría decirse padecen de “ceguera emocional”, ya que por ningún concepto les interesa entender a los demás ni practicar el arte de la empatía. Para ellos, la única persona importante en la vida son ellos mismos, viven sin apreciar la nobleza, el compromiso, la nostalgia, el afecto. Para ellos la lealtad, el compañerismo y hasta el amor tienen un sentido unidireccional que exigen como un derecho que les permite satisfacer sus necesidades.

Ah, intuyo, amable lector, que ya se le vino a la mente “alguien”, dentro de algún área de su vida. Sin duda en lo laboral abundan, ¿quién no recuerda al superior o al funcionario que, a través de la envidia, andan tras la búsqueda de la paja en el ojo ajeno sin reparar en la viga en el suyo?

De estos últimos seguramente usted podrá dar cuenta. Nada tiene que ver lo económico, solo responden al instinto visceral, que con el paso del tiempo los lleva a la impotencia, frustración, desánimo y la creencia de ser inferior. ¡Plagados estamos!

Su pequeñez emocional (no física) los hace invisibles y, cual felino herido, se encierran en su madriguera, esperando les llegue el fruto de su intriga.

La rabia y la ira acompañarán esta vivencia y mantendrán en una insana dependencia al envidioso del envidiado.

Si hago estas reflexiones es porque ninguno de nosotros está exento de sufrir en carne propia la insana actitud y comportamiento pernicioso del “ciego emocional”. Pero esa chispa que te impulsa a ir siempre hacia adelante, vencer barreras, obstáculos y limitaciones, es suficiente para hacer explotar todo el potencial del maravilloso ser humano que llevas adentro.

Comparte tu alegría, contagia a quienes están contigo, invítalos a cambiar la historia. Mantén latente todos los días esa ilusión que te hace diferente a los demás.

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