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Son las 2:30 de la mañana, momento en el cual me puedo “dar el lujo” de contestar algunos correos, agradecimientos por el WattsApp y tan solo extender mi dedito pulgar, característico de conocida página de redes sociales, con el objeto de agradecer a todos los que se acordaron de un servidor, ayer 23 de octubre, Día del Médico.

Quien crea que pudimos “festejar” con bombo y platillos, les puedo asegurar que esa histórica imagen dista mucho de la realidad actual. Los discursos alusivos, sentados en mesas con manteles blancos y comidas que enaltecen el arte culinario de nuestro Yucatán, son tan solo piezas de museo. La vida agitada y vertiginosa, matizada con las supervisiones, auditorías, saturación de agendas y excesos en servicios de atención continua, llenó cada uno de los minutos del día. Los contrastes la constante, hallando en un extremo la dedicación y el esfuerzo humanos por resolver problemas de salud con el afán por servir como dogma imperativo y, por otro lado, la impotencia ante la escasez, que por momentos hace flaquear la voluntad y entrega del ser humano de carne y hueso, que, por muy templado que fuere, también muere.

Pero allende el escenario presentado, les puedo asegurar que no dejamos de disfrutar y sentirnos orgullosos de ser los herederos del conocimiento científico y recipiendarios y responsables de cuerpos y salud de los más de dos millones de residentes en Yucatán, y apoyo incondicional de los dolientes peregrinos de Campeche y Quintana Roo. La responsabilidad es grande y el reto mucho mayor.

Parece que fue ayer, en el año de 1984, cuando me titulé como médico general. Posteriormente, cuatro años de especialidad y lo demás es historia, dentro de la cual circunstancialmente acabaron por concatenarse medicina, comunicación y administración pública en mi vida profesional. Inicialmente me parecieron eslabones aislados, pero con el devenir de las décadas, se revelaron como puntales que moldearon mi cotidiano y actual ejercicio profesional; eso sí, ninguno más importante que el otro.

Todavía recuerdo mis pininos en el actual coloso sembrado en la Colonia Industrial, conocido por propios y extraños como la T-1 del IMSS, que también ha mostrado su crecimiento, madurez y robustez, que le dan no solo su magnificente estructura, sino sus integrantes, que dan vida al puntal del sureste mexicano.

La nostalgia me invade después de más de tres décadas. Empiezo a pensar en la entrega de la estafeta a las nuevas generaciones, que con matices propios serán los arquitectos del futuro que los moradores del Mayab esperan.

Pues siendo las 3:30 am, decido cerrar esta columna, para reposar cuatro horas y con nuevo ímpetu, energía, entusiasmo y virtud, empezar a escribir un nuevo día, que espero sea para bien, más allá de la adversidad, para ti que confías en el médico de Yucatán.

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