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Los niños son seres sorprendentes. Su intuición y curiosidad los pueden llevar a desarrollarse en cuestiones extraordinarias tales como hablar varios idiomas, formular hipótesis científicas, convertirse en excelentes músicos e incluso aprender a matar. Sí, aprender a matar. Pareciera antinatural esta última afirmación, una sentencia ilógica que intenta manchar la pureza innata de los pequeños, pero tristemente no es así.

Mucho ha llamado la atención el caso “Maverick”. Se trata del video de un niño estadounidense de solo cuatro años, en el que se aprecia cómo logra cargar un rifle semiautomático con tal destreza y rapidez que a cualquier persona aterrorizaría.

El niño carga el arma, simula disparar y luego, con mucha naturalidad, retira el cartucho para repetir la operación. Si ese cartucho tuviera balas, el pequeño Maverick habría disparado en dos ocasiones y muy probablemente alguien hubiese muerto. Sin embargo, eso no sucede, y en cambio, en un acto igual de desconcertante, una mujer le festeja la acción mientras le dice a la cámara lo “adorable” que luce “Maverick” disparando.

Esta mujer se llama Kendall Jones, una modelo estadounidense conocida por su afición a la caza y que desafortunadamente es la mamá de “Maverick”.

En su Instagram, Kendall tiene más de 210 mil seguidores, lo que la convierte en una verdadera celebridad de la cultura de las armas, por lo que suelen ser bastante virales sus fotos y videos posando con rifles, ropa de camuflaje y cientos de animales muertos, desde pavorreales hasta enormes ciervos.

Como era de esperarse, el video del pequeño “Maverick” encendió una vez más el debate sobre la facilidad que tiene cualquier ciudadano de Estados Unidos para conseguir un arma, sin importar siquiera si son adolescentes o niños.

En ese país, las cifras relacionadas con armas de fuego son desquiciantes: cada día se presentan 96 muertes por arma. De ese total, siete corresponden a niños o adolescentes.

Además, diversas estadísticas señalan que en total cada año fallecen 33 mil estadounidenses a causa de algún disparo, y lo peor es que este problema no parece tener una solución pronta, pues ante la accesibilidad que existe en el mercado, uno de cada tres “gringos” ha decidido tener por lo menos una arma en el hogar.

A muchos este panorama podría parecerles un tanto lejano, una situación exclusiva del país vecino que poco tiene que ver con la vida mexicana. Si somos sinceros, no es así, pues la popularización de la narcocultura es tal, que ahora tenemos generaciones cuyas aspiraciones muchas veces son convertirse en el líder de algún cártel, tener un fusil M-16 bañado en oro o una “troca bien perra” que demuestre poder.

Aunque lo neguemos, hay que saber que vivimos en un mundo que estúpidamente está comprando su propia muerte.

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