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Desde hace varios años que los gobiernos locales han buscado férreamente asociar el concepto de paz con nuestros referentes geográficos, Mérida y Yucatán. Incluso durante un tiempo, el eslogan de la capital fue ese, “Mérida, ciudad de la paz”, y se nos repetía hasta el cansancio. La razón es sencilla: la paz es buen “producto”, vende bastante bien.

Imagina que en un país donde se presentan más de 17 mil asesinatos por semestre y que tiene decenas de ciudades en guerra exista un estado donde los índices de secuestros se encuentran en cero. Entonces, ese lugar se convertiría en la joya de la corona y la paz sería su mayor cualidad. Prácticamente esa es la estrategia que se ha impulsado y por eso cada año miles de migrantes deciden adoptar a Yucatán como su nuevo hogar.

Y pareciera que la recompensa llegó tras años de bombardeo ideológico, pues la semana pasada Yucatán fue sede del que quizá es el evento sobre la paz con mayor relevancia en el mundo. Por cuatro días decenas de ganadores del Premio Nobel, organismos internacionales, periodistas, activistas y personalidades involucradas discutieron este concepto desde diversas aristas y cuestionaron qué es lo que están haciendo las naciones para lograr la pacificación del planeta.

Desde aquí ex presidentes exigieron frenar las guerras, científicos exhortaron al desarme nuclear y activistas relataron los mayores problemas a los que se enfrenta nuestra generación: violencia de género, cambio climático, discriminación, migración. Paradójicamente Yucatán se convirtió en un cuartel de la guerra por la paz.

Lo anterior generó una discusión abierta sobre la real importancia de esta cumbre, pues mientras muchos destacaron que trajo beneficios como la publicidad y el posterior aumento en la llegada de turistas, también hubo quien criticó el ambiente “elitista” en el que se organizó este evento, pues ciertamente se llevó a cabo en un foro cerrado y al que pocos yucatecos tuvieron acceso, a diferencia de los grupos políticos y la farándula que siempre acuden a este tipo de eventos en busca de los reflectores.

Pero más allá de la crítica contra esta “élite”, que supuestamente acaparó la cumbre, deberíamos de preguntarnos si es válido otorgar “permisos” para “difundir” la paz. ¿Quién sí y quién no puede hablar sobre la paz?, y ¿por qué serían mejores las propuestas compartidas en la calle que las lanzadas en un centro cómodamente acondicionado?

Fuera de esa “élite” que todos conocemos, a esta cumbre asistieron estudiantes, profesores, ciudadanos, gente de todo el mundo que llegó a nuestra ciudad con convicciones que son difíciles de ver en esta época.

Quizá no deberíamos empeñarnos en criticar las acciones que otros llevan a cabo en busca de algo tan necesario para todos como la pacificación del mundo; si pensamos que gozamos de ese derecho, entonces somos los primeros en alentar una guerra innecesaria.

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