|
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram

Cuando te dicen que diste positivo a Covid recibes un mazazo directo a la cabeza. Sientes un enorme peso caer sobre tus hombros y poco a poco el miedo te infecta la sangre. Lo peor es que tu familia no podrá estar cerca de ti. Te sentirás solo y desprotegido. Sentirás que estás abandonado a mitad del océano y que nada de lo que hagas podrá arreglar las cosas. Y entre toda la soledad, tiempo después, entenderás que los únicos que nunca te abandonaron son los médicos, las enfermeras y todo el personal que vive en los hospitales intentando salvar vidas.

En nuestro país estamos acostumbrados a los castigos y las culpas. Para todo buscamos un culpable y eso nos sirve como justificación a nuestros errores. En la historia nacional, los mayores culpables han sido los políticos, quienes con “trabajo arduo” se ganaron el odio y el rencor de millones de mexicanos que cada cambio de gobierno ven arrumbados sus sueños y aspiraciones.

Puedo entender esto, la necesidad social de buscar culpables de todo lo que nos está pasando. Que si los chinos, que si los gobiernos, que si la “gente inconsciente que no se cuida”, que si los mismos políticos... Sin embargo, lo que resulta incomprensible son los ataques y las furias contra aquellos cuya labor es ayudar a quienes no les queda nada más que la esperanza.

El personal de los hospitales vive sus momentos más críticos. Desde su trinchera han soportado un verdadero infierno. El miedo a contagiarse y el poco respaldo de los gobiernos los dejan cada vez más indefensos ante la bestialidad de este virus. Las consecuencias colaterales serán muchas para enfermeros y médicos Covid, pero no es justo que, además, carguen con las muertes de aquellos que se están yendo en las calles en espera de un lugar en los hospitales, o en sus casas sin recibir atención alguna.

Confío en que todas estas personas que han decidido sacrificar su vida diaria estén conscientes de que su labor ahora más que nunca resulta esencial. En esta guerra no existen culpables, sólo héroes, y el discurso que se está manejando contra ellos es cada vez más incorrecto. Los pacientes no se mueren por su culpa, se mueren porque el virus no perdona, porque poco se conoce de él y porque nunca prevenimos que algo así ocurriría. Personalmente, pido perdón por todas las agresiones que los ciudadanos han lanzado contra médicos, enfermeros, personal de limpieza, nutrición, administrativos y todos aquellos que desde hace varios meses viven una lucha que nadie más podría soportar. De corazón, Dios los bendiga.

Lo más leído

skeleton





skeleton