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Lucas, uno de mis perros, está recostado en el piso y por más que le hablo no responde. Así es él. Sin duda es uno de los pocos caninos que conozco con un sueño muy pesado. Cuando se dispone a descansar no le importa la comida, ni la gente que cruza por la calle ni las caricias que normalmente exige con el hocico. Simple y sencillamente duerme con profundidad mientras yo muero de la envidia. Tras varios minutos observándolo llega a mí una duda: ¿Sueñan los perros?

He leído varios textos al respecto en los que comparan el sueño de los perritos con los nuestros. Sus conclusiones señalan que varias imágenes suelen intervenir en su descanso repasando así sus vivencias del día. Los juegos, las visitas, los paseos, la comida, e incluso llegan a tener pesadillas.

Creo que nadie sabrá a ciencia cierta qué sueñan los perros o qué sienten al soñar. Si al despertar repasan las imágenes y piensan en ellas como a veces nos sucede, sobre todo si nuestras fantasías nocturnas se relacionan con los miedos o deseos más inconscientes.

A pesar de eso, realmente me gustaría que los perros tuvieran una capacidad extraordinaria para soñar. Se lo merecen. Son seres cuya lealtad y alegría rebasa los límites de lo esperado y de lo que la gente está acostumbrada a entregar. Cuando convives mucho con ellos suelen ser bastante aprehensivos y no desean abandonarte ni un solo segundo, y no como una manía, sino porque realmente sienten la necesidad de acompañarte.

Quizá la mayor virtud que ellos poseen es que tienen una niñez eterna. Los juegos y el cariño suelen ser sus mayores preocupaciones, y eso les permite tener una empatía significativa hacia nosotros.

Recuerdo cómo fue que decidimos adoptar a Lucas. Él era amigo de mi otro canino, Bambú. Todas las mañanas se encontraban en el parque y él solía seguirnos hasta regresar a casa. Así poco a poco comenzó a conocer nuestro hogar. Por las mañanas se recostaba en la banqueta y cuando el sol se ponía bastante rudo acechaba por la reja para que lo dejáramos pasar. Adentro evitaba el calor, comía y tomaba agua, y ya por las noches regresaba al parque en el que dormía. Esta situación se hizo tan recurrente hasta el punto en que finalmente decidimos tenerlo en casa, y así poco a poco se fue adaptando a su nueva vida. Ahora entiendo que no existe ser más agradecido que un perro recogido de la calle, pues para ellos un hogar representa una oportunidad de demostrar el amor que tanto se han guardado en las calles. Quiero pensar que Lucas aún sueña con aquel día que decidimos adoptarlo.

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