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El ejercicio de reseñar es el acto más heroico, más humilde. Nos entrena en el desapego. Nos aleja del ensimismamiento, pero nos acerca a eso que parece ajeno: los indescifrables caminos del otro.

“El lector y sus mundos” (2019), de reciente publicación, es, desde mi punto de vista, no solo la recopilación de textos periodísticos, ensayos y miscelánea discursiva, que Rosely Quijano ha escrito a lo largo de los últimos diez años. Sino también el testimonio íntimo de la vida del lector, el archivo confidencial de la bibliografía que se nos permite consultar para hacer de la lectura un acto colectivo.

Resulta difícil describir la sensación que nos asalta de pronto, cuando damos vuelta a la última página. Queremos correr a decirle a la primera persona que se nos atraviese los pormenores de ese gran argumento; narrarle a nuestros padres, nuestros vecinos, que la metáfora de tal o cual ejemplar es lo mejor que nos ha pasado en la vida.

Sucede también que, al igual que un montón de marcianos confundidos en su propio lenguaje, es complicado darnos a entender todavía maravillados por el milagro de tener una buena historia frente a los ojos.

En ese sentido, la autora de “El lector y sus mundos” es, a grandes rasgos, una biografista de la otredad. A quienes hemos seguido de cerca la cartografía de sus lecturas no nos sorprende la publicación que hoy llega a nuestras manos. Siempre he pensado que el efecto natural de la lectura es la escritura. Casi un reflejo.

Desde hace algunos años, espero con alegría la llegada de una nueva entrega de Eclosión de letras, que, a manera de GPS, lleva a buen camino la incertidumbre del qué leer.

Recuerdo con cariño aquellos semestres en la Facultad de Antropología, cuando el mundo nos parecía completamente nuevo y descubríamos, apaciblemente, obras que cambiaron las tradiciones durante los míticos diecinueves. Rosely, quien llevaba esa materia (y a la fecha sigue haciéndolo), nos explicó las teorías, los porqués y los cómos de los autores que se atrevieron a dar el paso a través de la incertidumbre del folletín.

También vienen a mi mente los meses de servicio social en los que participé en un programa de difusión encabezado por la escritora, gracias al cual pude adentrarme en los siempre fascinantes laberintos de la docencia.

Finalmente pienso que somos y devenimos de los textos que nos acontecen, que nos suceden todos los días. Otra de las grandes profesoras de la universidad me dijo una vez que “el mundo entero es texto, el mundo entero puede leerse” y yo abrazo su premisa como si de un mantra se tratara.

“El lector y sus mundos” no es otra cosa que el resultado de pasar la vida frente al librero, la excusa perfecta para caer en cuenta en que, como dicen sus páginas, solo nos hace falta un poco de luz entre tanta dosis de oscuridad.

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