Los pobres, ¿peligrosos o en peligro?
Jorge I. Castillo Canché: Los pobres, ¿peligrosos o en peligro?
El capitalismo industrial del siglo XIX en occidente transformó las antiguas ciudades convirtiéndolas en centro de las nuevas relaciones económicas y sociales. La ciudad moderna dejó de ser un lugar de edificios religiosos que representaban una vida cuyo significado lo anunciaron durante siglos sus campanas. Dando paso a otro tiempo ocupado por el mundo secular del trabajo con sus fábricas y chimeneas, negocios y edificios comerciales de todo tipo; tiendas de ropa, alimentos, ferreterías, librerías, hoteles, cafés, estaciones de tren y tranvía urbano. Igualmente transformó los espacios residenciales fuera del antiguo casco urbano a donde se había trasladado la nueva clase dominante: la burguesía y la antigua aristocracia. Lo que impuso a la autoridad municipal la construcción de nuevas vialidades y acciones para dotar a las “colonias” de todos los servicios públicos, como agua, drenaje y luz eléctrica, entre otros.
El progreso material de la nueva ciudad ha tenido desde entonces su revés en los barrios y colonias habitados por las clases trabajadoras, que desde esa misma época han sido calificadas como “clases peligrosas”, según demostró el historiador francés Louis Chevalier en 1958 con su estudio sobre el París de Balzac y Víctor Hugo de mediados del siglo XIX. La idea de que sus habitantes son criminales en potencia y que por lo general terminarán en ese mundo, parecen avalar las estadísticas de ayer y hoy sobre la criminalidad urbana, especialmente en ciudades latinoamericanas como las de nuestro país. Tanto los delitos comunes (robos a casa habitación, comercios, en el transporte público, lesiones en el ámbito familiar que terminan en homicidios) como los llamados de “delincuencia organizada”, el narcotráfico, por ejemplo, en su mayoría son cometidos por hombres y mujeres de las llamadas “clases populares”. Sin embargo, la manera como esta realidad es reproducida en el discurso social por los medios de comunicación del pasado y presente, muchas veces pierde de vista o esconde los orígenes estructurales del problema social.
El capitalismo desvalorizó el trabajo manual –su actualización hoy es el de la mano de obra calificaday con ello justificó los bajos salarios y el maltrato laboral que han permanecido en los países con un capitalismo no originario como el de América Latina. He aquí sólo unos ejemplos de tantos; los trabajadores de la construcción, quienes además desarrollan sus jornadas laborales en las condiciones materiales más denigrantes como quedarse a vivir en la obra en construcción, con todo lo que ello implica. O el caso de los y las trabajadoras de las maquiladoras, con un ambiente de vigilancia y terror laboral por la amenaza del despido en cualquier momento. Asimismo, están los y las trabajadoras ambulantes, trabajo informal como lo llaman, olas de vendedoras de “artesanías”, cuyo menosprecio por el trabajo manual permite que se rematen sus horas de esfuerzo, aunque luego adquieran otro valor en el mercado del turismo.
En el momento que toda la población trabajadora reciba un salario justo, trato digno a su persona, reconocimiento de su trabajo, entonces dejarán de existir las políticas públicas de asistencia social y funcionarán otras que incentiven un uso mejor del tiempo libre como el deporte. Sólo así dejarán de poblar las notas de policía, pues se alejarán los peligros del suicidio, alcoholismo, drogadicción y otras situaciones sociales que aquejan hasta el día de hoy.