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Para defenderse de los ataques de Ernesto Zedillo, Carlos Salinas escribe un libro compilatorio de toda la información contra su detractor denominado: México, un paso difícil a la modernidad.

En esa obra Salinas se dedica a “cortar y pegar” periódicos de su época que atacan a Zedillo, sobre todo después del “error de diciembre”, que consistió en considerar que la economía mexicana iba a crecer a buen ritmo cuando las condiciones económicas no estaban dadas, lo que generó desconfianza de los empresarios e inversionistas a tal grado de hacer que desaparezcan millones de dólares de un día para otro, lo que ocasionó una contracción económica de gran envergadura.

Las consecuencias fueron pagadas por millones de mexicanos que perdieron empleos, casas y demás bienes.

Desde luego que el libro de Salinas deja mucho que desear, no aporta nada nuevo a la vida política del país.

Es un “pasquín” lleno de rencor, envidia y coraje contra Zedillo. Salinas se siente traicionado y además necesita un culpable de la débil y quebrantada economía mexicana que hereda a Zedillo.

A raíz de dicho libro se hizo costumbre política que los hombres del poder tengan su libro, lo hicieron Fox, Calderón, el criticado Enrique Peña y Andrés Manuel López.

Escribir parece una tarea fácil, pero no lo es. Al hacerlo, los políticos tratan de demostrar que, pese a ser hombres de poder, pueden incursionar en el difícil ejercicio de la escritura sistematizada.

Son muchos los ejemplos del intento de la clase política por incursionar en escenarios que no son sus habituales, por ejemplo en la academia.

He tenido la experiencia de ser docente de políticos locales que se han acercado a la vida académica. Algunos han tratado incluso de llevar ciertos códigos de la política a la academia. ¡Cuidado!, en la política decir la verdad puede ser un problema, en la academia el eje principal es el compromiso con la verdad.

No basta la sugerente propuesta de Platón hecha hace 23 siglos: “Hasta que los gobernantes no se conviertan en filósofos o los filósofos en gobernantes no acabarán las miserias de los Estados”.

A los políticos no les interesa ser filósofos, no le ven utilidad, ni a los filósofos inmiscuirse en el deteriorado y desprestigiado mundo de la política. Hay que ser claros.

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