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Hace unos días el doctor Miguel Carbonell Sánchez, reconocido constitucionalista mexicano, cuestionaba acerca del mensaje que enviamos a los jóvenes cuando los más importantes cargos públicos son casi siempre para gente iletrada, en muchos casos que no pasaron por la universidad.

Efectivamente, ejemplos hay muchos, tanto en la clase política local como en la propia vida nacional. Esta situación nos hace reflexionar sobre las siguientes cuestiones.

Primero: Para los que piensan dedicarse a la función pública, estudiar no garantiza ipso facto acceder a cargos importantes, eso todos lo sabemos. Quizá debería modificarse, por ejemplo, el de la representación popular, ya basta de tener algunos representantes sumidos en la ignorancia que solo defienden intereses de partidos o de grupos como simples levantamanos ganando un jugoso salario.

Los partidos políticos tienen gran parte de culpa, en aras de proteger sus intereses propios más que a los de la ciudadanía.

Pero en estos tiempos, ¿quién piensa en el ciudadano de “a pie”? La representación popular en México suena, en muchos casos, a demagogia.

Lord Brougham dijo: “La educación permite que a la gente se le pueda dirigir con facilidad, pero no se le puede obligar; la gente educada es fácil de gobernar, pero difícil de esclavizar”.

Segundo: Existen individuos que, pese a no haber estudiado en una universidad, son gente que tiene conocimientos adquiridos en el día a día, en “la universidad de la vida”, empero son realmente pocos. Tampoco es garantía haber pasado por la universidad para tener funcionarios públicos éticos y eficaces.

Tercero: Es un reto para las universidades generar los recursos humanos eficaces y éticos que den respuesta a las necesidades de las sociedades modernas.

Pero también la clase política deberá terminar con esas prácticas de “es mejor un iletrado de confianza que un preparado que no sea de la confianza del gobernante”.

Debemos tener cuidado de no desanimar a las nuevas generaciones que pasar por la universidad, lo cual es un ejercicio inútil.
Cuarto: Para el gobernante resulta más cómodo tener gente de “su confianza” que le aplauda todos sus actos, que tener cerca de quien le diga en qué está mal.

Si el político fuera inteligente, les pediría a sus allegados que le dijeran en qué está fallando.

Los lambiscones siempre por sistema halagan. Tenemos que tener cuidado, ya que en nuestras sociedades modernas impera más el falso halago que el verdadero pensar.

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