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La idea central de un sistema de pesos y contrapesos en el actuar de los poderes del Estado es que no exista uno avasallador de los demás; no obstante esto, en la práctica, sí ha habido poderes hegemónicos en México.

El siglo XIX tuvo como poder hegemónico al legislativo. Fue el siglo de las constituciones políticas. Fueron varias: la Constitución de Cádiz en 1812, la de Apatzingán en 1814 influida por don Andrés Quintana Roo, la primera Constitución federal de 1824, las 7 leyes de 1836, la Constitución de 1843 denominada: Bases Orgánicas de la Republica Mexicana de Antonio de Padua María Severino López de Santa Anna y Pérez de Lebrón mejor conocido como Santa Anna; en 1847 se hacen importantes reformas y en 1957 se publica la Constitución liberal el 5 de febrero del mismo año. En el siglo XX se publicó la actual Constitución política de 1917.

En el siglo pasado dominó el poder ejecutivo. Fue el siglo del presidencialismo. Se instituye la figura presidencial. Se desarrolla un culto a la personalidad junto con facultades constitucionales, legales y meta-legales fuertes del presidente. El sistema giraba en torno al jefe del Ejecutivo.

A finales del siglo XX y principios del actual, ante leyes mal redactadas y poca técnica legislativa, entre otros factores, se desarrolla el poder judicial federal como hegemónico del Estado. Casi todo acaba en él. El control concentrado de la constitucionalidad hace que dicho poder sea, en la práctica, el definidor de nuestra vida nacional.

La renuncia del ministro Medina Mora al cargo de ministro ha levantado un polvorín de especulaciones. Lo fue desde su nombramiento, por no tener carrera judicial, en un poder que juega entre la formalidad de méritos para acceder a los cargos y el tráfico de influencias.

Ante el entramado familiar de repartición de cargos que impera en este poder, alguien lo llamó burlonamente poder judicial familiar. El Senado ya aceptó la renuncia de Medina Mora, por lo que el procedimiento para elegir a un nuevo ministro ya se inició, esto independientemente de la investigación ministerial que pesa sobre el ex ministro Medina respecto de varios delitos considerados graves. Está por verse si esta renuncia no fue negociada con la cúpula del poder, para quitarlo del flechero de la crítica y apostar por el olvido de la presión mediática y política. También se comenta en diversos círculos que ésta es una gran oportunidad del presidente para incrustar a gente de “su confianza” en este poder definidor de nuestra vida nacional.

Un ministro de la Corte es casi omnipotente en un México donde se privilegia la política más que el derecho en casi todas las cosas. Controlando a este poder, para bien o para mal, el presidente estará a un paso de convertirse en el nuevo “director de orquesta”. Misma que emitía en su pentagrama notas revueltas entre sones, huapangos y música clásica.

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