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Abogadas o empleadas domésticas, maestras o administradoras, cocineras o ejecutivas, con muchos hijos o con pocos, con una situación económica resuelta o no, muchas mujeres nos hemos sentido al límite de nuestras capacidades. Con agendas en las que no entra ningún “cambio de paso”, de “relax” y, por el contrario, hay lista de supermercado, visitas al dentista (para los hijos), cumpleaños de niños y adultos, encargos del marido, de la suegra, de la amiga, útiles escolares, juntas de padres de familia, y más, mucho más. Todo junto, mezclado con el estrés que supone tomar decisiones sobre la marcha o cambiar el plan del día porque uno de los hijos amaneció con fiebre o tosió toda la noche.

Al comparar nuestra vida con la de las abuelas nos sentimos afortunadas por tener oportunidades que ellas no tuvieron, como la de aportar a la economía del hogar, de estudiar o de tantas actividades fuera de casa.

Hacemos muchas más cosas que ellas… y aquí me asalta una duda si “hacer muchas más cosas” es una ventaja. Como si “hacer cosas” fuera sinónimo de felicidad y creo que ¡NO!, porque de tanto que hacemos no podemos disfrutar de casi nada. El cansancio y el estrés nos lo impiden.

Hemos aceptado actividades y roles sin evaluar y discriminar. Nuestra vida no ha cambiado respecto a la de nuestras abuelas. Ellas cocinaban, se ocupaban de la casa, de los hijos, de las relaciones familiares, de atender a sus esposos y nosotras también, solamente que a esos roles que eran suficientes nosotras les añadimos el trabajo fuera de casa y muchos quehaceres que impone la vida actual.

A diferencia del varón que si bien cumple sus tradicionales roles sociales en general no ha adicionado quehaceres respecto a hijos o al hogar para equilibrar las responsabilidades con la familia.

Muchas veces he pensado al terminar el día: ¿Cómo pude hacer tantas cosas?, no lo sé, pero lo logré y así pasaba al día siguiente… repitiendo “lo logré”. Ahora muchas mujeres estamos despertando a una consciencia nueva: NO TODO tiene que recaer en la mujer; si podemos apoyarnos en la pareja, para disponer de tiempo y de fuerzas, con buena voluntad, formando equipo, evitaremos el estrés que se somatiza con: contracturas, problemas digestivos y otros malestares físicos.

Se evitará así el mal carácter, histeria, malos modos que son “gritos de callada desesperación”, señales de alarma, ya que se puede llegar a un divorcio, a una enfermedad crónica y, ¿por qué no?, a desear la muerte. Por esto, a tiempo hay que darnos cuenta de que nuestra vida no tiene que ser así. Debe haber algún “hilo de Ariadna” para salir del laberinto de la crisis de la mujer “mil usos”.
¡Ánimo!, hay que aprender a vivir.

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