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Por compra, invasión, colonización soterrada, ocupación violenta o cualquier otro método que a los recién estrenados Estados Unidos de América les pareciera adecuado a sus intereses –sin tomar en cuenta razones morales ni de buena vecindad- la nación que por estos días generó expectación por su manifestado deseo de comprar la isla de Groenlandia, expandió en pocos años sus fronteras tanto al norte como al sur y del poniente al oriente hasta pasar de solo 15 a 50 estados.

España, Francia, México, Rusia e Inglaterra –de grado o por fuerza (y sin contar los territorios arrebatados a los indios)- acabaron entregando a Estados Unidos grandes porciones de tierras que finalmente eran convertidas en nuevos estados federados, como es el caso de Texas, las Californias y otras regiones que México cedió a la vecina nación tras las derrotas sufridas a manos de los poderosos ejércitos estadounidenses sobre las escuálidas y mal dirigidas huestes mexicanas.

En este repaso histórico sobre las expansiones estadounidenses que comenzaron apenas despuntaba el siglo XIX, hoy nos ocuparemos de la adquisición, en 1803, a Francia de la Luisiana y otras extensiones con lo que prácticamente la joven república duplicó su tamaño en un santiamén. Estas tierras, con una superficie de un millón 250 mil kilómetros cuadrados, habían sido adquiridas a España por la nación gala en el siglo XVIII e incluían Nueva Orleans, Montana, los Grandes Lagos y el río Mississippi, es decir desde el Golfo de México hasta la frontera con Canadá. El presidente Thomas Jefferson fue quien firmó el acuerdo con Francia.

La transferencia de la propiedad de esas tierras por la corona francesa se hizo como antes lo había hecho España a Francia: todas las tierras y equipamientos urbanos e infraestructuras debían transferirse a Estados Unidos (quedaban a salvo las propiedades particulares). Las personas que en esos momentos habitaran esos territorios se convertían por ese solo hecho en ciudadanos norteamericanos con los mismos derechos y obligaciones que los demás. Las tropas que estuvieran ahí estacionadas tendrían que abandonar las tierras en un plazo de tres meses. Los tratados que se hubieran firmado con alguna nación india dentro de esas demarcaciones se mantendrían vigentes hasta que Estados Unidos considerara si era necesario signar uno nuevo. Se ofrecía trato preferente a los productos que se importaran de Francia o España y se incluía la cancelación de cualquier deuda de Francia con ciudadanos de la nueva nación.

El pago a Francia fue de 15 millones de dólares (equivalente a 100 millones de hoy), de los cuales 12.500,000 fueron por los terrenos y 3.500,000 como pago de reclamaciones que Francia debía a ciudadanos norteamericanos. La mitad de los habitantes era colonos y el resto esclavos afroamericanos en su mayoría.

Fue la primera gran anexión (por compra) de Estados Unidos en su imparable afán expansionista. Vendrían otras anexiones a lo largo del siglo XIX (y hasta el XX). De esas nos ocuparemos más adelante.

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