Se dice siempre
El poder de la pluma
Constantemente estamos a la espera de algo. Pensamos en las oportunidades que el tiempo trae y hemos aprendido a confiar en ello. “Lo mejor está por llegar”, “algo bueno te espera”, “pronto será tu momento”. Para algunas personas, la importancia de hablarse en positivo es innegable al encontrarse en una situación de incertidumbre. Para otras, pudiera ser más fácil vivir las situaciones desde una desesperanza que más bien es una frialdad mental vestida de objetividad.
Partiendo de que el ejercicio de la espera supone bienvenidas y disposiciones alegres, pienso en la posibilidad de enfocarnos en las despedidas. Cada día, circunstancia, momento y tiempo, pueden ser motivos perfectos para decir adiós. No es disparatado, los ciclos pueden ser más cotidianos de lo que pensamos, pero quizá la dificultad radique en que no somos muy buenos para decir adiós y soltar; o más bien, no queremos.
Naomi Shihab Nye, poeta palestino-estadounidense, trae para nosotros su poema “Adiós” (1995). En él, leemos una defensa del acto de despedirse. El tono es directo y se nos pide que consideremos en primer lugar que se trata de una palabra buena. Adiós. Después nos invita a imaginar el punto de partida, visualizar cómo la palabra se enrolla en nuestra lengua para ser pronunciada en cualquier idioma y cómo es necesario meditarla antes de decirla. ¿Cuánto tiempo lleva pensarla y cuánto pesa la indecisión si nos demoramos? Una vez decididos, es importante vocalizarla en un volumen adecuado para ser escuchados.
Un ejercicio es ponerle rostros conocidos, esos que se han adelantado y han sido los primeros en decirnos adiós cuando no pudimos controlar las circunstancias de la vida. Consideremos igualmente las cosas que tardan más tiempo en irse: árboles, cartones, objetos materiales; también deberíamos poder despedirnos de ellos.
Como refuerzo, nos habla de las formas en la que podemos utilizarla. La poeta comparte que puede ser como un anillo en cada dedo para que seamos capaces de soltar con las manos y dejar ir. También propone que la usemos como alas, porque hay algo mágico al decirla y sentir que los pesos que cargamos son ahora el impulso para volar rápido en otra dirección.
Dentro de una práctica enfocada en liberar cosas, es más fácil esperar con un cuerpo armoniosamente vacío. Si pensamos en este ciclo como algo percibible: después del sonido viene el silencio, pero con la promesa de una nueva melodía por llegar. El adiós se dice primero.