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Haciendo un ejercicio pensativo, invito a recordar todos aquellos datos interesantes que conocemos y que de alguna u otra manera se han vuelto un distintivo de nuestra personalidad. Todos, absolutamente todos, somos expertos en algo. Quizá nuestra pasión sean las plantas y podemos decir nombres científicos complicados, o quizá seamos de esos virtuosos de la historia que retienen datos y nombres exactos y cuentan con naturalidad los acontecimientos de tantos años atrás. Para otras personas pudieran ser los deportes o la comida, la astronomía o el conocimiento ambiental, la mecánica o la música. No importa el sujeto, todos tenemos un tema predilecto, ese que fluye desde nuestra boca y juega con el viento al ser expresado como sonido.

El “saber” humano me parece un tema delicado. Es positivo, ¡por supuesto! Pero con el paso del tiempo ha resultado en un parámetro para medir la inteligencia humana. Se trata de una presión social no explícita donde cuanto más digamos y parezcamos intelectuales del tema que corresponda, mayor será nuestra aceptación y recibimiento. ¿Y si los ejercicios intelectuales se basaran en expresar libremente lo que no conocemos? Probablemente nos sentiríamos más seguros y menos juzgados.

Juan José Arreola, en su famoso cuento “Balística”, expone de manera magistral una historia que llega hasta nosotros en tres sentidos: conocemos la historia y las circunstancias de ella al mismo tiempo que se arrojan datos históricos relevantes en una conversación en donde no somos partícipes de la historia. Nadie se dirige a nosotros, somos espectadores, sí, pero no fuimos considerados como participantes activos.

¿Qué es lo que sucede? Imagina que hay tres personas hablando apasionadamente de un tema que nosotros ignoramos por completo: balística. La discusión y diálogo principal corre entre un estudiante de Minnesota y un arqueólogo/guía que entre aires irónicos y demandas específicas nos dejan totalmente fuera de la historia. El estudiante exige obtener los datos suficientes para regresar y asombrar a sus compañeros y el arqueólogo hace de la situación una desesperante pero increíble cátedra histórica con tonos sarcásticos.

La escritura es impresionante y el manejo de las voces narrativas nos mantienen atrapados aun cuando somos ese ser humano inseguro que no entiende mucho pero sí puede sentirlo todo. Esa es la grandeza del autor; no juzga nuestra carencia de conocimiento y simplemente abre la puerta al querer saber.

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