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A veces la mente necesita escapes y para ello decide estacionarse en un pensamiento ligero que le sirva como reposo tras lo fatigante que puede ser el enfocarse en todas las preocupaciones que habitan dentro de nosotros. Lo hemos sentido, es una pausa amable y no supone ningún tipo de esfuerzo.

De pronto, ese pensamiento ligero se estaciona en los más variados e irrelevantes sujetos. Pensamos en las preguntas que nunca hicimos por miedo a parecer ingenuos, pasamos por una proyección futura de nuestra circunstancia de vida donde ya resolvimos todo y somos felices, consideramos la posibilidad de un viaje, nos dirigimos a la mascota tratando de saber qué pasa por su mente y cómo le hace para parecer tan tranquilo. Sabemos que la imaginación se nutre de los momentos de ocio.

“La señora atareada”, del autor británico C.S. Lewis, resulta un ejemplo magnífico del alcance que puede tener un pensamiento aparentemente vacío. Naturalmente, y como se trata de un texto literario, podemos esperar que la historia esté repleta de guiños cotidianos y realidades humanas que rompen con las consideraciones que se pueden tener cuando una persona fallece.

Como primer punto, en la historia no hay nombres. Se habla de un padre, de un hijo, de una hija y de una señora atareada. Así, el narrador comienza admitiendo que ha pensado en la señora atareada quien recientemente ha fallecido y a partir de este punto podemos anticipar que el discurso se torna triste y lamentable; pero no. Ocurre todo lo contrario.

Una madre fallece y de pronto su familia “vuelve a la vida”. El esposo tiene un mejor ánimo y la hija, que tanto tiempo consumió la energía de la señora/madre atareada, recupera la salud casi al mismo tiempo que el hijo descarrilado, quien pasaba la vida fuera de la casa, de pronto es un ser hogareño lleno de tranquilidad. Por otro lado, el recuerdo de la madre permanece contrario a toda la situación actual. Ella, cuyo mejor adjetivo para describirla es “atareada”, había hecho todo por su familia sin importar el desgaste que eso implicara.

El texto nos lleva a un lugar incómodo porque no estamos acostumbrados a las “otras” historias, esas que rompen con la sensibilidad y que amenazan nuestra educación emocional forjada por la sociedad. En este punto, y siendo una tarea más difícil, resulta mejor idea considerar que las reacciones de duelo no conocen de normas ni protocolos, y que absolutamente todas las manifestaciones humanas son válidas.

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