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Cuando estamos próximos a realizar el acto de leer, inconscientemente queremos ser atrapados desde las primeras líneas para así sentir calidez en el interior de un lector “que se respeta”. Como todo en la vida, la lectura también supone una escogencia; como una extensión de nuestra personalidad. Nos presentamos a otros lectores haciendo énfasis en las cosas que preferimos literariamente como si se tratara de una competencia no establecida donde, mientras más exclusivos o complicados sean nuestros gustos, más admiración podremos causar. No funciona. La verdad es que el acto de lectura resulta tan íntimo como nuestros pensamientos, y lo sabemos, no todos deben ser compartidos.

En un sentido contrario a la idea anterior, pienso en todas aquellas lecturas que hemos comenzado y que no tuvieron ese instante mágico de compatibilidad con nosotros. Quizás el inicio fue prometedor, pero a media lectura los ojos pesaron demasiado para hacer un esfuerzo y seguir pasando las páginas. Así surge el abandono, y así se cortan las historias.

Otras lecturas, o sorpresas agradables, son aquellas que desde un principio nos parecen incómodas. Comenzamos a leer con un rostro entusiasmado y a continuación podemos sorprendernos leyendo con el ceño fruncido al mismo tiempo que dibujamos una mueca en la boca que lleva toda la expresión facial hacia la derecha o izquierda: total desaprobación o enganche inminente.

“Dónde está mi cabeza”, cuento largo del autor español Benito Pérez Galdós, es un maravilloso texto que combina la improbabilidad de las circunstancias con la exquisitez de un texto extraño, pero imaginativamente posible.

La historia es la de un hombre que despierta y no tarda en darse cuenta de que ha perdido su cabeza; no la tiene, está físicamente ausente. No hay un horror compartido hacia nosotros ni entre los personajes del cuento porque la naturalidad de su circunstancia está reforzada con sus pensamientos que llegan a nosotros en forma de letras. Sí, estamos leyendo las ideas de una cabeza extraviada en un cuerpo presente.

El paso a seguir, naturalmente, es encontrar la cabeza. Después de varios intentos ansiosos por ubicarla, la descubre exhibida en una peluquería elegante. Entra por ella decidido a comprarla y la historia concluye así, dejándonos con un sentimiento a medias. ¿Un texto extraño? No. Resulta más bien diferente y cercano a la condición humana porque nosotros también, en algún momento, hemos perdido la cabeza.

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