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Parte de nuestra condición humana se ve puesta a prueba a través del cambio. Como seres humanos pensantes y emocionales, tendemos a establecer lazos de seguridad alrededor de objetos, lugares, personas o recuerdos. Los proyectamos en una realidad cotidiana inalterable que significa estabilidad y, si alguno de ellos faltase, sabemos que llegaría el desequilibrio catastrófico.

¿Qué es lo que trae desasosiego cuando nuestra vida armoniosa se ve alterada? Quizá se trate de que por instinto estamos acostumbrados a tener el control de las circunstancias y nada puede hacernos sentir más vulnerables que el súbito asombro con el que nos descubrimos pequeños y débiles ante los giros de la vida; esos grandes, los que nos rebasan.

En “El mar cambia”, cuento del autor norteamericano Ernest Hemingway, encontramos una historia que no solo inspiró los párrafos arriba descritos, sino que también muestra cómo todo lo que ahora existe ha existido en tiempos pasados, y que los humanos poco podemos hacer para cambiarlo.

La historia comienza con una escena familiar: una pareja discute en un bar. El hombre, exaltado y llevado al borde del impulso violento, reclama a su pareja el hecho de haberle sido infiel. La mujer, entre frases cínicas y con una calma impresionante, busca remediar el corazón herido de su compañero mediante promesas futuras que llevan un aire vacío que podemos reconocer como el intento fallido de quien no quiere ser culpable.

El dueño del bar ha escuchado todo y mira desde lejos a la pareja que pudiera representar a todas aquellas historias amorosas que han terminado antes en su local. Un drama más, un drama menos. Esta historia, al menos para la época, sin duda era especial.

Como lectores, seguimos la discusión pudiendo ser un personaje más en el bar, pues los diálogos son tan cortos y llevan tanta fuerza que parece difícil pasar por alto la frase que el hombre exclama y da sentido a toda la traición: “¡La voy a matar!”. Sin miedo a confundirnos, entendemos mejor la situación, la mujer fue infiel con otra mujer.

La línea es delicada y puede ser muy fácil escandalizarse; pero no debería ser así. Hay algo erróneo en considerar lo “inusual” como un factor de mayor gravedad. Hablar de un mar cambiante no es hacer referencia a la pérdida de lo que significa. El mar será mar, las personas serán personas; cambian las circunstancias, no la esencia. A veces olvidamos que las traiciones no responden a géneros, sino a las acciones humanas.

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