|
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram

Nos descubrimos pensando en todas las cosas que queremos lograr, en todos los proyectos que amaríamos realizar con éxito para finalmente sentir que hemos cumplido nuestro propósito, y que la trascendencia está al alcance de la mano. No importa mucho el medio ni los motivos sociales escondidos detrás de nuestra idealización, lo cierto es que todos tendemos a proyectarnos entre aires de esperanza personal. Nos atrae lo positivo.

Otro pensamiento o emoción, no menos constante que el anterior, vive en la dirección contraria. El miedo. Tememos a todo aquello que pueda significar amenaza, todo lo que pueda rompernos y enfrentarnos ante la impotencia de sabernos mínimos e indefensos. Pudiera ser una enfermedad fulminante, la muerte de un ser amado o la ruina económica. Los miedos sobran y bastaría una sola experiencia aterradora para saber exactamente bajo qué circunstancias no queremos estar de nuevo.

¿Qué hay de aquellas situaciones que sabemos reales y existentes, pero hacia las cuales no tenemos una empatía aparente? Muchas veces no entendemos, o no queremos entender. Será porque “el problema” no nos ha tocado y por ende no temblamos ante su posibilidad.

En “Soledad”, cuento del autor colombiano Álvaro Mutis, conocemos una historia que podemos clasificar momentáneamente como “ajena”. El Gaviero, personaje común en las obras del autor, está de vigilia en la selva. Es su primera y única noche, y ninguna preparación pudo haberle ayudado para anticipar todas las emociones que no podría controlar.

No hay acciones precisas en el cuento, no hay otros personajes ni giros inesperados que puedan sacar de balance a una persona. ¿Qué es lo que ha perturbado al Gaviero? Su propia insignificancia.

Por motivos nocturnos de navegación, se vio en la necesidad de hacer una pausa que duró hasta el alba. En medio de esas horas eternas, y de ese silencio a tiempos interrumpido por ruidos de animales, el Gaviero sintió el pavor de saberse solo con su existencia y sus miedos, ya que estaba rodeado de toda una vida que funcionaba perfectamente sin él: era un intruso.

Sus pensamientos fueron intensificándose y el silencio lo abrazaba tan fuerte que temía el instante en el que perdiera el control sobre su cordura porque la selva lo invadía fuertemente. Con los primeros destellos de luz, el trance de miedo se detuvo y la tranquilidad corrió de nuevo por sus venas. ¿Entendemos este miedo? Deberíamos; porque todos traemos dentro una selva diferente.

Lo más leído

skeleton





skeleton