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En estos días corre un aire que llena totalmente las calles y abraza a todo aquel que esté por el camino. Se trata de una sensación específica que puede ser difícil de nombrar, pero no de interpretar. Quizás este aire viene con ráfagas de melancolía pasiva porque probablemente sea una preparación sensible hacia el gran evento que nos espera: seremos visitados. Esto que se siente en la piel y que llega al estómago en un suspiro es el aire de los finados.

Huele diferente, es verdad. Estamos tan programados para detectarlo que por un momento olvidamos que se trata de un ciclo, y que es un otoño más. ¿Pero cómo se lo explicas a quien anhela este tiempo y ha aprendido a amarlo? No se discute porque para nosotros, en este rincón del mundo, este aire es mágico y se agradece.

“Fuegos de otoño”, precioso poema de la autora australiana Judith Wright, tiene entre versos esa nostalgia que conocemos desde donde habitamos; pero la manera de aproximarse a ella tiene un enfoque diferente. ¿Cuál es el punto clave? El coincidir en eso que nunca podremos evitar: el cambio, la espera y el tiempo.

En el poema, que desde el título ya designa una época específica, encontramos versos como: “Brotes de flores caducas se convierten en tallos en otoño, llenan el jardín, requieren la disciplina de las podadoras”. Es claro y ameno. Hay armonía entre los versos, y en nuestra interpretación consideramos el hecho de que siempre respondemos a los caprichos de la naturaleza y moldeamos nuestro actuar conforme a ella; sin darnos cuenta.

¿Cómo un poema puede tratar algo tan aparentemente trivial y darle un nuevo significado trascendental? Hay una fuerza increíble detrás de cada verso que logra sensibilizarnos a través de un “hecho natural”. La voz poética nos lleva hacia el desenlace de una primera acción presentada. Ese caer de las hojas y tallos se convertirá en un futuro abrigo de hogar porque, “cuando las ramas están listas y el fósforo prende, vuestra muerte estalla como vida”. Efectivamente es un ciclo, y también es una relación perfecta.

Lo natural se convierte en humano, en esa dinámica fundamental que existe sin ser señalada pero que es fundamental para el sentir. Para nosotros, actuar conforme a un aire de cambio significa prepararse para danzar entre nuestra propia vida, y la muerte de quienes ya no están pero han prometido regreso. Que este aire que anuncia el otoño sea también lo que nos guíe armónicamente hacia ese reencuentro anhelado.

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