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A Guadalupe

El fracaso es relativo. Como parte de la experiencia humana, solemos ubicarlo en el cajón personal de eventos que no deben repetirse y de los cuales no debemos hablar por miedo a revivir aquellos sentimientos que naturalmente nos hicieron sentir menos. Esos que nos redujeron y jugaron con el delicado funcionamiento del amor propio; es algo fuerte.

Basta tener un ser amado que se duele para hacer uso de las frases más sentidas y hermosamente estructuradas. Las palabras de aliento para el otro están prontas en la boca y buscamos aliviar un golpe que no dimos, y uno que probablemente no podemos entender. Pero ahí estamos, con las mejores intenciones y con la empatía vestida de sonrisa. “Todo va a estar bien”.

“No te rindas”, poema adjudicado a Mario Benedetti, es una creación con la que cualquiera puede identificarse. Porque a veces no somos los mejores para dirigirnos palabras amables, y tendemos a ser severos reprochándonos todo lo que no ha salido bien, todo lo que no se dio y todo lo que ahora no puede cambiar. Entonces textos como éste llegan a nuestros ojos y no solamente sentimos alivio, sino que también bajamos la guardia. Esa misma guardia que hemos mantenido arriba porque estábamos combatiendo contra nosotros mismos, olvidando que la lucha acabó por ahora, y es tiempo de bajar los brazos.

“Aceptar tus sombras, enterrar tus miedos, liberar el lastre, retomar el vuelo”. ¡No es fácil! Y pudiera ser ofensivo siquiera considerar tanta positividad mental porque los primeros instantes del “fallo” son los más difíciles y la transición hacia la calma no es un camino recto, y tampoco está iluminado.

En los versos “No te rindas, por favor no cedas, aunque el frío queme, aunque el miedo muerda, aunque el sol se esconda y se calle el viento. Aún hay fuego en tu alma, aún hay vida en tus sueños. Porque la vida es tuya y tuyo también el deseo, porque lo has querido y porque te quiero”. No son palabras vacías y con suerte serán suficientes para aliviar, aunque sea un instante.

El lastre, en la mecánica, es un peso que sirve para equilibrar un cuerpo en movimiento y puede aumentar o disminuir según se requiera. Quizá los humanos llevamos un lastre incluido en el interior y en momentos críticos pierde calibración, llevándonos hacia abajo en lugar de mantenernos de pie. Por suerte, por dentro tenemos las herramientas para manejarlo o, mejor aún, soltarlo. Entonces caminamos con pasos ligeros hacia nuevas direcciones.

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