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En un tiempo donde todo cuanto se dice puede ser juzgado, es complicado expresarse con la soltura de antaño. Como cuando tomábamos por hecho que un comentario elevado de tono o una broma picarona carecería de impacto y no podría ser un eventual conflicto social. Otros tiempos.

Se dice que antes cuidábamos lo que decíamos por temor a cómo seríamos vistos. Ahora nos cuidamos de nuestras decisiones, acciones y palabras por temor a ser expuestos en sociedad.

Y podríamos considerar aún más posibilidades entre ires y venires pasados que se balancean entre comparaciones de qué podía ser tolerable y qué no, cuánta fortaleza emocional había antes y cuánta fragilidad nos escuda en la actualidad; la verdad es que nos hemos vuelto susceptibles.

¿A qué y en qué niveles? Eso no se dice, pero se lleva en la subjetividad. Es como un pequeño secreto interno que solamente nosotros conocemos.

En “Niña”, un precioso cuento de la autora de Antigua y Barbuda Jamaica Kincaid, estamos frente a una narración increíble que carece de personajes, y más bien se enfoca en una voz narrativa que sin piedad nos ignora casi al mismo tiempo que nos hace partícipes de su discurso. Similar a las situaciones sociales o las “pláticas de adultos” donde te dejaban escuchar conversaciones pesadas a sabiendas de que tu opinión no podía ser expresada.

Para este relato, ese sentimiento se torna familiar pero provoca una reacción peculiar: nos hará pensar. La historia está construida por una serie de instrucciones específicas dirigidas a una niña que inferimos pronto se convertirá en mujer. Nos enteramos de cómo se debe lavar la ropa y qué días están destinados a ello.

Cómo se cocina, cómo se cultiva cierto fruto, cómo se pone la mesa, cuándo se puede salir, con quién se debe hablar, a quién es necesario ignorar, qué comportamientos o miradas deben evitarse para no ser confundida con una samaritana del amor, cómo sonreírle a quien es agradable, cómo evadir hombres indeseables, cómo funcionar en una relación y cómo hacer todo esto en un intento cargado de presión para ser una “mujer ejemplar”.

Abrumador es poco. Especialmente cuando se reconocen discursos pasados y actuales de los cuales es difícil olvidarse. ¡Y qué fuerza! Qué fuerza tan grande hay en las palabras de Jamaica para lograr un retrato exacto de todo lo que ahora ya no es posible decir con soltura pero que permanece como realidad.

Necesitaríamos de nuevas instrucciones, unas que no eviten, sino que construyan.

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