'Solo vine a hablar por teléfono'
El poder de la pluma
Los momentos que podemos definir como instantes son el sitio al cual regresamos cuando estamos en medio de grandes cambios. Como si se tratara de un intento por buscar exactamente en qué punto de la vida se modificó todo. Y es justo ahí, en ese instante que no puede nombrarse, donde nos sentimos más frágiles; más humanos.
Quizá se trate de algo más profundo y “la vida” tenga misteriosas formas para enseñarnos tal o cual cosa y al mismo tiempo pintar nuestra existencia en capítulos que llevan colores diferentes de acuerdo con la vivencia. Por ejemplo, un nacimiento sería amarillo brilloso como el sol y de negro pintaríamos la muerte y la consecuente ausencia; de café melancólico podríamos señalar el arrepentimiento de corazón, y de verde o naranja colorearíamos los momentos de felicidad plena. Ahora bien, ¿qué color tiene la vulnerabilidad?
En “Solo vine a hablar por teléfono”, cuento largo del autor colombiano Gabriel García Márquez, estamos frente a una historia que promete llevarnos con la mente a todas aquellas situaciones que derivaron en una sensación fácilmente reconocible: la impotencia.
Dentro de la historia, María de la Luz Cervantes sufre un percance con su auto en una carretera desierta de Barcelona. Inmediatamente intenta comunicarse con la aseguradora o con Saturno, su esposo; pero en ninguno de los dos casos tiene éxito. La noche cae y con ella la lluvia, como si se tratara de un escenario perfecto para la tragedia. De pronto, un camión se detiene y ella expresa su necesidad de hablar por teléfono; la auxilian y le indican que en el lugar a donde se dirigen podrá realizar su llamada.
¿Qué no sabía María? Que tal lugar era un manicomio, y que la insistencia de su frase “sólo vine a hablar por teléfono” la haría quedar como una paciente más; digna de ser internada. En otro instante de su historia, jamás pudo haber imaginado que, dentro de esos antecedentes de la vida, Saturno la rechazaría por teléfono al pensar que se trataba de otro abandono por parte de ella y entonces su futuro estaría confinado a cuatro paredes. La fragilidad de los instantes, ciertamente.
A veces, voltear hacia atrás para buscar el momento exacto en el que cambió todo puede ser negocio de dolencia; porque nada de lo que podamos descubrir cambiará el sitio donde hoy tenemos los pies. Valdría más buscar esos instantes futuros que aún son posibles, que no conocemos, pero que prometen más luz; mejores pasos, mejores colores.