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Es una reacción familiar aquella que radica en el deseo súbito de hacer exactamente lo contrario de lo que nos indican. Puede que esto sea un guiño de todos esos impulsos que llevamos por dentro y que bajo circunstancias normales ignoramos porque no valen la pena el esfuerzo. Pero algo mágico sucede en el instante en que nos topamos ante una instrucción de tono imperante: ¿nos sentimos desafiados?, ¿nuestra valentía u orgullo se ven rebasados y nos negamos a ceder?

Deberíamos pensar sobre lo último: la valentía. El tener una imagen propia donde nos sabemos seres invencibles podría llevarnos al equívoco mar del exceso de confianza y de incredulidad, cayendo consecuentemente en esa situación que juramos nunca nos alcanzaría, o que nunca llegaría a ser parte de nuestra realidad. Por ejemplo, si nos piden evitar gente, ¿por qué de pronto sentimos la urgencia de abrazar y estrechar cuanto cuerpo familiar tengamos cerca y lejos? Hay algo muy fuerte en la imposibilidad de las cosas, especialmente en esas que doblegan el espíritu y amenazan con miedo.

Decía Charles Baudelaire, en su poema en prosa titulado “Las muchedumbres”, que “el que no sabe poblar su soledad, tampoco sabe estar solo en una muchedumbre atareada”. Para nosotros quizá se trata de una pésima coincidencia cuando ahora nuestra opción se reduce a intentar poblar ese espacio llamado casa que de pronto se convierte en refugio in situ. Y no queremos. No queremos porque los silencios incomodan y efectivamente hay mucho aire por llenar de actividades o pensamientos.

Más que eso, probablemente sea el hecho de que estamos recibiendo una instrucción clara que amenaza con nuestro sustento o con todo un ritmo de vida que parece imposible de desacelerar. Y ahí estamos, anhelando los días en los que transitábamos sin miedo, afirmando que efectivamente, y como dice el poeta Baudelaire, “gozar de la muchedumbre es un arte”.

El aprendizaje no conoce ni de aislamientos voluntarios, ni de contagios, ni de órdenes directas. Tendríamos que confiar en él como la promesa de que algo positivo saldrá de esa obediencia contra la que luchamos con tanta voluntad. Nos conoceremos en soledad, en ese terreno que quizá no hemos explorado a fondo.

Consideremos como consuelo que la resiliencia vendrá cuando los días difíciles pasen; cuando todo lentamente tome un aire familiar que, si bien será diferente, al menos tendremos la certeza de que habremos trabajado por él, por nuestra paz y por nuestra seguridad.

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