Los zapatos vacíos
El poder de la pluma
En tiempos difíciles pareciera cada vez más complicado mantener un equilibrio emocional, pues ni lo que se siente ni lo que se piensa logran ubicarse en un punto brindador de estabilidad. Por el contrario, en estos días caminamos hacia los extremos del pensamiento, luchando por controlar los miedos y mantener las pocas certezas que tenemos. Decir que resulta agotador es poco.
Los días se pintan interminables entre un naranja que, en lugar de brillar, opaca las horas que pasan cargadas de calor, al mismo tiempo que contamos amaneceres y anocheceres con dirección al término de estos cuarenta días multiplicados por dos; confiando en que lo que transcurre sí cambia las cosas, y que todo esto va a pasar. Pero, ¿qué esperamos realmente?
En “Los zapatos vacíos”, cuento del autor cubano Reinaldo Arenas, conocemos la historia de un niño sin nombre ni edad, que, al igual que nosotros, está esperando algo. La diferencia, probablemente, es que en la historia el chico sí sabe qué espera. Es la víspera del día de los Reyes Magos, y entre tradiciones culturales, ha dejado sus zapatos en la ventana junto a los de sus hermanos, y se dispone a dormir al mismo tiempo que lucha contra sus pensamientos llenos de expectativas.
Principalmente se debate entre la idea de no dormir para poder ver a los responsables de depositar los regalos, o dormirse para que el tiempo corra de prisa y se encuentre más cerca de ese momento en el que mirará sus zapatos llenos con algo que ha sido escogido para él. Pero, ¿qué es ese comportamiento que podemos reconocer como nuestro? El niño, en medio de la desesperación y la emoción por el evento próximo, también intenta pensar en otras alternativas que le permitan no tener expectativas. Como si se tratara de un mecanismo de defensa que probablemente le servirá en caso de una decepción.
Llega el día, apresurado se acerca a la ventana y encuentra los zapatos vacíos; lo único que los llenaba era el rocío de la noche. Los tomó, y como quien se sabía preparado para un resultado negativo, se dispuso a recuperar mentalmente todos aquellos pensamientos que le habían servido la noche anterior: pendientes por hacer, tareas a realizar en las afueras, recoger frutos, ayudar en casa. ¿La decepción? Duró un segundo.
¿Debemos apostar siempre por lo negativo? Por supuesto que no. Pero sí deberíamos considerar la magia que hay entre la espera ante lo desconocido y la capacidad de resiliencia personal; el gran equilibrio.