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Tenemos una fibrita que llevamos dentro y que se activa bajo circunstancias más o menos generalizables. De pronto estamos frente a algo que nos mueve sin poder entender exactamente qué es eso que sentimos; y acto seguido soltamos palabras que parecieran esforzarse para significar algo así como la ternura. Nos enternecemos.

Cierto es que no todos reaccionamos de la misma forma. Por ejemplo, lo que un cachorro recién nacido genera en unos puede ser abismalmente diferente para otros. Y no es nada negativo, en absoluto. Porque de compartir sensaciones similares e impresiones idénticas perderíamos el precioso arte de no estar de acuerdo. Y lector, eso es algo que no podemos arriesgar. De las diferencias surgen las pláticas interesantes de la vida; se sabe.

En “La mujer más pequeña del mundo”, cuento de la autora Clarice Lispector, conocemos la historia de una mujer que, como el título señala, era increíblemente pequeña; logrando una altura de cuarenta y cinco centímetros. Dentro del cuento sabremos reconocer esos guiños a las líneas previas, pues, dentro de todo cuanto acontece, el corazón del relato gira a través de eso mismo, las reacciones.

Marcel Pretre, un explorador francés, recorría la África Ecuatorial para buscar aquella tribu de la que anteriormente había escuchado: los pigmeos. Sin embargo, y como a quien los caminos de la incertidumbre le sonríen, no solamente los encontró, sino que también pudo llegar hasta una tribu aún más exótica para él, donde las personas eran fascinante y exageradamente pequeñas; entre ellas, la ya mencionada mujer más pequeña del mundo.

Naturalmente, y como bien sabemos, el descubrimiento debía ser compartido. Por lo que la imagen de la mujer figuró en el periódico dominical donde cupo en tamaño completo, tenía “la nariz chata, la cara negra, los ojos hondos, los pies planos”. Y una abultada pancita de embarazo.

Ante tal evento, las reacciones fueron tan variadas como los colores. La mayoría danzó entre una ternura desbordada hacia algo extraño y un impulso de protección, pasando también por aquellos que sintieron pena por ella y otros tantos que se movieron entre la repulsión ante lo que no conocen y no aprueban como correcto o posible. Sin descartar comentarios amables, crueles y controversiales, ¿qué es esto sino la riqueza reaccionaria humana?

Sería interesante aprender-nos a través de las reacciones que raramente expresamos tal como las sentimos. Esas, las verdaderas.

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