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Entre esos pensamientos que buscan escaparse de la mente y dirigirse a lugares más amables para la tranquilidad propia, observamos cómo la constante es mirar hacia dos direcciones posibles: el pasado o el futuro. Jamás nos sabemos en el presente. Como si algo en el día que nos transcurre hiciera imposible que nuestros ojos miraran hacia nosotros mismos. ¿Una suerte de evasión sana? Podría ser.

Cuando pienso en lo que viene, no contemplo los sucesos intermedios ni las vías por las que recorreré mi camino. Más bien me miro hacia el extremo; en ese punto exacto al que sólo pueden llegar quienes le han sonreído a la vida entre pieles arrugadas y diversos males que se han ido acumulando en el cuerpo como si se tratara de trofeos. Es entonces cuando la vejez se presenta en mi mente como ese punto de llegada final, que con suerte prometa descubrir otro tipo de visión; una totalmente vivida.

En La señora M., cuento del autor noruego Kjell Askildsen, conocemos una historia donde solamente tenemos dos personajes y un suceso. Se trata de una mujer y un hombre, quienes viven en el mismo edificio y cuya relación se define sola y únicamente por el hecho de que la señora M. es la encargada de subirle la despensa semanalmente al hombre cuyo nombre ignoramos.

Un día, y con una alta probabilidad de incidencia en esa edad a la que me proyecto, el hombre se cayó y, habiéndose herido la rodilla, no pudo incorporarse para pedir ayuda o acudir al médico. Entonces esperó. Esperó apaciblemente hasta que la señora M. subiera su despensa y, por primera vez desde su norelación, la llamó por su nombre para solicitar su ayuda. Ella, naturalmente, lo ayudó y cuidó por los días siguientes.

Hay un giro muy fino en la historia, en el que de un suceso común cargado de amabilidad entre dos extraños que solamente comparten la edad, surge una especie de amistad que rebosa de una complicidad refrescante. Las bromas se adornan entre circunstancias que definitivamente a otra persona no le harían gracia; como si el reírse de uno mismo y de la edad fuera la medicina que alivia el peso del tiempo en el alma.

Para nosotros, el moverse en un mar de palabras como las presentes en el texto, que brindan un sentimiento de bienestar, es una forma de esperar que en esas proyecciones futuristas que nos abordan logremos tener esa gracia para mirarnos a través de lo que duele, y de lo que nos depara. Que los días, poco o muy vividos, nos permitan llegar a una vejez así; entre bromas.

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