Acuérdate
El poder de la pluma
La memoria es una herramienta que carga con una curiosidad singular. La imagino como un gran mueble con infinidad de cajones en los que depositamos vivencias por demás significativas, y uno que otro dato curioso que de nada nos sirve pero que bien recordamos. Es interesante cómo, a medida que transcurren los años, algunos de esos cajones mentales quedan abiertos para la eternidad que es nuestra vida presente.
Nos sorprendemos entre detalles nítidos a modo de fotografías que somos capaces de reproducir no sólo con la mente y con palabras, sino con la misma emoción con la que fueron capturadas. ¿Cuál es el requisito para que un recuerdo permanezca por mucho tiempo rompiendo este bombardeo de actualidades veloces? Quizá se trata de un guiño personal, de una magia interna que sólo nosotros somos capaces de contener e ignorar al mismo tiempo muy dentro de nosotros para luego sorprendernos con la maravilla que es recordar; volver a pasar por el corazón, volver a sentir.
En “Acuérdate”, cuento corto del autor mexicano Juan Rulfo, estamos ante un relato que nace y vive entre tonos pasados en la voz de una persona sin género que se dirige constantemente a alguien con el único objetivo de hacerlo recordar. Así, pronto nos enteramos de que no solamente el receptor debe acordarse de Urbano Gómez, sino que al mismo tiempo nosotros también nos estamos enterando de lo que el emisor desea que no olvidemos de dicho personaje.
Como si alguien nos sentara y nos capturara bajo un hechizo que narra acontecimientos a modo de chisme amable, encontramos una repetición constante de la palabra “acuérdate”. Y pronto nos vamos creyendo esa historia como si en verdad la conociéramos. Como si recordáramos todos los escándalos familiares de Urbano Gómez; desde la peculiar personalidad de su madre, la vida de su hermana, y hasta los propios errores del protagonista.
A medida que aumenta la insistencia por acordarse de Urbano, conocemos aún más detalles para dibujar no sólo su vida, su exilio y su regreso, sino también su muerte. Se fue por vergüenza y jurando vengarse. Regresó por orgullo y con autoridad policiaca para portar una escopeta, y murió a causa de un altercado en donde colgarse fue el castigo que aceptó gustoso. ¿Por qué deberíamos acordarnos de esto? Quizá por alguna razón que ahora no conocemos pero que eventualmente nos servirá de algo. Como tantos recuerdos que parecieran carecer de significado pero que aun así permanecen, y nos hacen sentir.