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En los últimos días corre una urgencia por contar todo lo que sucede desde los últimos meses, y que suele acompañarse de un pensamiento dirigido al pasado cuando vivíamos en otros tiempos que reinaban bajo lo que nunca pensamos reconocer como normalidad.

Y es que ahora resulta relativamente fácil apelar a la nostalgia de antaño cuando, quizá por azares de la vida, no estábamos acostumbrados a sabernos seres frágiles ni sensibles. Probablemente siempre lo hemos sido, pero en esos momentos la velocidad de todo hacía que pasáramos los días flotando entre horas sin nombres. Como si se tratara de pequeños ciclos que estábamos prestos a cerrar con la esperanza monótona de comenzar de nuevo con los primeros ruidos del lunes por la mañana.

¿Y si pudiéramos contar nuestras impresiones actuales a quienes se fueron antes y ni siquiera alcanzaron a imaginar que algún día podía ser posible esta particularidad de vida? Es como si se tratara de un ejercicio que nadie nos ha impuesto, pero que de alguna forma y entre la magia que se esconde en el arte de marcar el papel con lápiz o pluma, pudiera traer un alivio sólo por el vicio de contar. O por la necesidad del desahogo.

¿Qué escribirías? En lo personal, a mis abuelos les contaría de manera impactante cómo es probable que ninguno pudiera comer de nuevo con seguridad en un restaurante. Que esos botones del pantalón, ansiosos a ser desabrochados para evitar la presión de una pancita satisfecha, sentirían más prisa por irse del sitio que por quedarse a la sobremesa.

A otros que “se adelantaron” les contaría que salir al supermercado es como ir a la guerra. El enemigo es el otro y uno tiene que esquivar los balazos de sus roces porque no sabemos dónde han estado y absolutamente todo es amenaza. Les diría que es extraño cómo desconocemos al prójimo al mismo tiempo que aprendemos a conocernos en el resguardo de la casa.

Me aseguraría de que supieran que de alguna forma me alegro de que se hayan ido antes; porque la angustia de ver enfermos a los nuestros, puede quebrar el temple del más valiente. No lo soportarían. O bien, ¿cómo reaccionarían?

Considero importante escribirles. Al menos como un ejercicio mental y emocional que prometa sosiego y que también ayude a recordarlos con más frecuencia. Y es que justamente ahí radica el encanto que nadie solicitó en este año. Ahora, al mirar atrás, sonreímos. Los miramos desde lejos y anhelamos sus rostros desnudos. Nada los priva, todo los nombra.

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