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Como en la canción, y entre motivos para olvidar o no olvidar, podemos afirmar con seguridad que este año será difícilmente ignorado. Conocer los motivos de todos podría resultar por demás ocioso y eterno; pero nada nos impide de hacer una pequeña encuesta familiar y amiguística para realizar esos cuestionamientos que llevan más de una historia digna de contar.

Pensemos en eso. En la infinidad de historias que se producen en un año y en lo abrumante que resulta de la idea de conocer absolutamente todas. ¿Nos alcanzará el corazón? ¿Nos alcanzará la empatía, o tendremos un límite? Valdría la pena intentarlo. Indagar en nombre de la anécdota y el sentido humano, y, ¿por qué no?, crear a partir de lo que se conocerá. De esas vivencias cargadas de todo lo que el ser humano puede sentir históricamente en un año. Estamos ante un récord; un récord de historias.

Antonio Camargo Carrasco, alias Tony Camargo, no era escritor; claro está. Él se encargó, si lo ponemos en terreno literario, de dar vida a la escritura musical del colombiano Crescencio Salcedo. Tomó la canción “El año viejo” entre sus cuerdas vocales y la convirtió en himno repetitivo de todos los años que nos anteceden, y de los que probablemente nos sucederán. Se trata entonces de una voz atemporal que se ha quedado, letra por letra y tono por tono, en la mente de los que respiramos este aire latinoamericano que nos define.

Sabemos, quienes amamos las letras, que el hecho de escucharlas musicalizadas es un logro más de la literatura; del arte de crear en palabras. Cada año “El año viejo” se repite desde los comercios hasta el hogar, entre adultos y menores. Se mueve en el aire llevando ritmo y recuerdos personales, y cada quién sabe por qué la canta y a quién le canta. ¿Sería ahora, posiblemente, el momento para no tener motivos de cantarla? Como si en un intento desesperado, todas las historias de este año veinte-veinte se perdieran entre las notas de la canción y tomaran la invitación de quedarse en el olvido. Muchos quisieran olvidar al año viejo. ¿Tú?

“Ay me dejó, me dejó, me dejó”; nos dejó. Nos dejó tanto pero de alguna forma no sentimos la nostalgia al mirarlo ahora de lejos, ni mucho menos de cantarle para decirle que no lo olvidamos. Apenas unas horas nos dan la ilusión de haberlo dejado atrás; en el pasado. Listo para encapsular o sanitizarlo hacia el olvido. Nos queda confiar en Tony y aguardar por otro año al que, con suerte, sí le querremos cantar.

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