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El poder de la pluma
La calma no siempre llega fácil. Y como otras artes difíciles de dominar, se requiere de un entrenamiento más interior que exterior. Ningún cuerpo, por más musculoso que sea, puede soportar la fuerza que se desata si la corriente del mar que llevamos por dentro se encuentra agitada. Las rodillas tiemblan y los ojos se llenan de una sustancia salada que nada tiene que ver con las lágrimas. Se trata más bien de un pequeño escape de ese mar interior. Nos desbordamos en una corriente de emociones incontrolables; perdemos la batalla.
Hace algunos años comencé a practicar Kendo, el gran arte samurai, y el camino de la espada. En mi mente se trataba de un combate a espadas de bambú, un grito desbordado a cargo de todas mis células para poder sacar mi fuerza, o kiai, y una agilidad para manejar las manos, los pies, la respiración, la mente, y por supuesto, el miedo. Fracasé. Confié demasiado en una destreza apenas naciente y me lancé a los brazos de mi oponente que me esperaba con un golpe certero directo a la muñeca derecha. En ese día, en mi estreno como kendoka, no aprendí a golpear, sino a tener la calma suficiente para saber cuándo hacerlo.
“La templanza del samurai”, es un cuento tradicional japonés que ha dejado de lado el nombre de quien lo escribió, para dar paso a la perpetuación de generación en generación. En él se narra la historia de un viejo samurai que se dedicaba a enseñar a los jóvenes el arte de la espada y la meditación. Un día, un joven guerrero conocido por utilizar la técnica de la provocación, retó al viejo maestro a un duelo en el que se declararía triunfante y lo humillaría frente a sus alumnos.
La presión comenzó. Los insultos llegaban a sus oídos y las reacciones de los aprendices aguardaban por el movimiento rápido y exacto de una katana que nunca se desenvainó. En cambio, el maestro permaneció quieto. La provocación fue intensa y cualquiera en su lugar habría tomado un paso adelante para reaccionar con el cuerpo y cortar esa cabeza sin dudarlo. Después de largas horas, el hombre se frustró y se retiró. Esa fue la mejor batalla.
En el Bushido, y como enseñanza del viejo maestro hacia nosotros, Fudoshin significa tener la mente inmóvil, o el corazón inmóvil. Como si la calma llegara en forma de tormenta para ser recibida en un estado de imperturbabilidad donde cuando se vive a través de la paciencia, las amenazas se vuelven pequeñas y los adversarios se doblegan ante un espíritu que no cede; que no teme.