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Recientemente uno de esos vistazos por el mundo del arte digital me llevó a la detención total e intencionada sobre una imagen que se presentaba entre letras y trazos. Arriba y sabiéndose título, un “¿Sabías qué?” aparece en el centro con letras grandes para inmediatamente dar paso a la acción siguiente: bajar la vista. Caí. Entre lo que parece una ciénaga, porque a falta de información sobre la geografía del espacio dibujado nombro lo más cercano a mis palabras, un hombre rema entre la vegetación acuática y los árboles que de éstas crecen. Veo las ramas, pero no las hojas.

Se habrán perdido, o no figuraron dentro de los espacios importantes a retratar. O quizá están ausentes porque optaron por soltarse y dejarse llevar entre las ráfagas vespertinas. No se sabe. Caigo de nuevo; bajo la vista y leo: “No importa a dónde vayas, los árboles siempre están mirando. Y ellos hablan. Oh, cómo hablan.” Parpadeo para olvidar lo visto, regreso a la imagen desde una perspectiva total, y bajo el cuchillito visual que me sirve para cortar y separar las partes en un intento fallido por analizarlas. Ahora, y en menos de un minuto, he otorgado espacio mental a todos los árboles que he visto y que me han mirado, ignorando eternamente lo que habrán dicho de mí.

En “El árbol” de la autora chilena María Luisa Bombal, conocemos la historia de una mujer cuya vida y destino dependen plenamente de un árbol, un gomero para ser exactos. En él encuentra ese refugio gratamente accesible a su vista y disfruta de su alcance. Por las tardes, haciendo contraparte a su matrimonio fallido, Brígida se pierde en las sombras proyectadas y un abrazo de penumbra casi amable la reconforta en esa luz que acepta como adecuada. Lo mismo en las madrugadas difíciles de soportar.

Un día, el estruendo de las ramas chocando contra el asfalto la sacan de su tranquilidad. Aquel cuarto que la cubría en una sombra conocida, es ahora un disparo de luz que promete dejar entrevisto todo lo horrible que la rodea: su esposo, la falta de amor y una casa que detesta.

Sin el murmurar del árbol exterior, Brígida decide irse. Tanta luz le hacía daño de una manera insoportable de llevar en el alma. Nada la mantenía ya en ese sitio y el movimiento siguiente resultó obvio. No lo sé de cierto, pero quiero pensar que quizás, en esa historia más posible que imposible, una mujer logró confirmar lo que en la imagen azarosa inicial se presenta como hecho: alguien supo de lo que hablan los árboles. 

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