Variación sobre un tema de Coleridge
Julia Yerves Díaz: Variación sobre un tema de Coleridge
Ocasionalmente nos vemos en sueños. Resulta consciente, por supuesto, el hecho de sabernos nosotros mismos aunque dentro de ese mundo onírico no sentimos la piel, ni escuchamos nuestros latidos. Pero sabemos que somos, estamos, y que dentro de todas las suertes en el gran universo de posibilidades, existimos más allá de nosotros. ¿Por qué entonces no decimos con más frecuencia algo como, “soñé conmigo”? Si bien proyectamos vida cuando el cuerpo descansa, hay un olvido amable en el hecho de excluirse en un propio escenario del que somos protagonistas.
Entre soñar o no, también existe un espacio habitable para la fantasía. Se trata de un ejercicio por demás adecuado en el que, manteniendo el cuerpo en reposo, dejamos que la mente se libere de todo aquello que pudiera suponer un esfuerzo de funcionalidad presente. Entonces divagamos, nos perdemos en pensamientos imposibles que comienzan a suspenderse con libertad aun sabiendo que algo, acaso un hilo delgado, los mantiene atados en la realidad.
El escritor Alberto Chimal, en su cuento “Variación sobre un tema de Coleridge”, crea un texto fascinante donde aparte de hacer un guiño a la idea del sueño, y la flor de Coleridge, como evidentemente su título indica, construye magistralmente su propia historia que vive con aliento corto y profundo.
Su yo del pasado hace una llamada telefónica, esperando respuesta del otro lado de la puerta, pero también, en un año adelante; el presente. No se habla de un “él” o un “otro”, sino siempre un “yo”. Así, el cuento fluye dentro de la narración de un encuentro atemporal, centrándose en la frágil relación que se puede tener con las diferentes versiones de uno mismo entre apenas doce meses de diferencia. Es increíble, realmente.
Los Albertos, quiero pensar, se cuestionan. El yo pasado dirige preguntas fuertes, sensibles, invasoras: “¿qué has hecho con tu vida? ¿Has seguido engordando? ¿Te siguen dando tus crisis?”. El yo presente desmiente, pero de poco le sirve, se conocen bien. El diálogo continúa a la par de un intento por demostrarse progresado y evolucionado, aun cuando el verse con pelo y delgado merezca un llanto actualizado, mismo que será reconfortado por el yo pasado.
¿Y si al contestar una próxima llamada escucharas tu voz para luego descubrirte tras la puerta? ¿Cuál sería el diálogo, y como en el caso anterior, las preguntas? Yo, después del susto, colgaría con respeto, y miedo; “está todo bien, aquí no es.”