|
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram

Hablemos de las primeras relaciones monetarias entre los padres y sus hijos. De esos primeros días conscientes cuando se aprende que las cosas, más que un valor, tienen un precio; y que la línea que hace diferente a estos conceptos es muy delgada.

Nunca tuve idea de dónde venía el dinero que dejaba el ratón a cambio de mi ofrenda dental. No me preocupaba mucho. Sabía que tal mecanismo funcionaba de la siguiente manera: mover el diente a través de un hilo que tu madre ha colocado dentro de la boca para facilitar la extracción; ir al espejo, abrir la boca, una leve inclinación en la cabeza permite ver el avance; promover el movimiento en direcciones nuevas porque la raíz parecía “bien agarrada”; recordar que la constancia es la clave; valorar si con la lengua nuestra pieza podría ser empujada para un inminente desprendimiento; ¡el diente fuera de la boca colgando del hilo! Al día siguiente, dinero a cambio del esfuerzo. La cuestión, aquí, es que tuve si acaso una extracción “natural” en casa, del resto tuvieron que ser removidos bajo la luz del dentista y acompañado de un vasito con agua con capacidad para dos sorbos; lo más cerca que estaría del ratón, era la cujita ratonística en la que me entregaban el diente. Dinero no hubo; fue una vía falsa, rápida, no convencional.

Para Yoavi, personaje principal del cuento “Romper al cerdito”, escrito por el autor israelí EtgarKeret, el primer contacto con las condiciones monetarias familiares tampoco fue exitoso, al menos no ante los ojos de sus padres.

En la historia, Yoavi quiere un muñeco de Bart Simpson en patineta, lo anhela y por ende lo pide. Le es negado bajo la premisa de que más bien es el momento ideal para que aprenda sobre el ahorro. A cambio recibe un cerdito de porcelana que a una primera impresión califica como feísimo y sin gracia. Aprende la mecánica para llenarlo: por cada vaso de cacao con nata que se tome, mismo que detestaba, recibiría una moneda para su cerdo. Aprende sobre la constancia, sobre el cariño a un cerdo que le sonríe por cada shekel insertado, por la fantasía posible de un cerdo que también le quiere, y por la ruptura en el corazón de ambos cuando un martillo a mano de su padre amenaza con romperlo.

Yoavi, como cualquier niño que no conectó con el dinero, busca ahora la liberación y protección del cerdo. Lo lleva, tan pesado y lleno de vida monetaria, a un sitio de naturaleza donde vivirá seguro. La lección, aprendida o no, es para sus padres.

Lo más leído

skeleton





skeleton