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¿Qué sucede con el tiempo en el cuerpo? Nuestro desarrollo es un factor que se mide en velocidad; invito a verlo así. De pronto somos capaces de gobernar cada uno de los deseos corporales sin tener que pedirles permiso a las rodillas, a la espalda cansada o a los pies agotados. De muchas bocas he escuchado que “los años se sienten en el cuerpo”; sin embargo, quisiera decir que los años también se sienten en el alma. En esa premonición temprana de que algo nos sucede, algo está cambiando.

“Perdiendo velocidad”, un cuento de la escritora argentina Samanta Schweblin, nos lleva hacia una historia que se desarrolla en dos planos.
Es decir, con magistral destreza nos encontramos siendo capaces de visualizar una historia que ocurre desde un espacio físico que es una cocina a primera hora de la mañana, y el otro, un recuerdo con sensibilidad que lleva hasta una escena en un circo. Ambos planos se mueven en la simpleza mágica de un diálogo y una descripción narrada posterior.

Tego, acostumbrado a volar desde el impulso de un cañón, siente y expresa que está perdiendo velocidad, aspecto que le preocupa mientras hace un recuento de todas las cosas que realiza con lentitud. Su compañero, quien lo escucha con la urgencia mínima, nos informa mediante recuerdos de la facilidad con la que Tego solía causar aplausos del público por ser de esos cuerpos que flotan más que nosotros, esos que se impulsan y crean formas maravillosas en el aire para no volar, pero sí caer con mucho estilo.

En un giro inesperado, Tego pierde la velocidad absolutamente. Su compañero, quien era el encargado de encender el cañón con fósforos, se encuentra ante el peligro de no lograr encender cosa alguna. Entiende la tristeza de Tego; cree en la premonición de que el alma sí avisa.

Habría que hacer un trato con el cuerpo, pedirle amablemente que nos avise antes de que la velocidad disminuya en su totalidad; así sabremos cuándo ahorrar movimientos y escucharla atentamente cuando de pronto sienta que la fragilidad se aproxima.

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